El pasado fin de semana fue linchado un hombre en Soledad. La noticia no es menor, supone un caso en el que un grupo de personas decidió atacar hasta la muerte a un individuo, bajo la sospecha de culpabilidad por tres violaciones que habría perpetrado en el sector en el que ocurrieron los hechos. Si bien un violador merece encierro y castigo, por repugnante que sea el crimen todas las personas tienen derecho a la defensa y a un juicio justo, es por eso lamentable que esto haya ocurrido, y que algunos lo consideren merecido y justificado. Se cometió un acto de barbarie, de incivilización, una señal, quizá, de las consecuencias que tiene la falta de institucionalidad y garantías con las que vivimos permanentemente.
Este triste suceso nos muestra además lo peligroso que resulta confiar ciegamente en el juicio irreflexivo de las mayorías. Seguramente a muchos de los agresores no les constaba con certeza que esa fuese la persona culpable, o que tuviese algo que ver con los delitos, ni se relacionaban con las víctimas de las violaciones. Como en un dominó macabro, en el que una ficha impulsa la caída de la otra, al verse validados por el anonimato del grupo y contagiados por la indignación colectiva, procedieron a atacar sin más, a sumarse al esfuerzo, probablemente a desfogar injusticias y frustraciones previas y ajenas al asunto que motivó esos particulares ataques.
Se debe ser siempre muy cauteloso con los reclamos masivos, puesto que hay algo de romanticismo infundado que se asocia con las decisiones populares. Creemos que cuando algo se somete a votación o a la opinión pública, los dictámenes resultantes adquieren inmediatamente un halo sagrado, un velo que valida la decisión más allá del análisis lógico y sensato. La voz de la mayoría se entiende definitiva y superior a la voz de los expertos (si los hay), que se ve entonces reducida y ridiculizada en medio de la barahúnda entusiasta. Demasiadas tragedias se han gestado enmascaradas en el coro triunfante de una plaza pública, a pesar de las incesantes muestras que la historia nos brinda, desde Hitler y Mussolini, hasta Lenin y Chávez, todos aclamados ensordecedoramente por sus esperanzados pueblos.
Sospecho que varios compatriotas acudirán el domingo a las urnas llevados por las emociones de las encuestas o por un extenso catálogo de odios viscerales, casi como arrastrados por una turba con ánimo vengativo. Muchos, ojalá me equivoque, no se habrán tomado la molestia de pensar, con pausa y análisis, en las consecuencias de elegir y harán mal uso de las libertades que la democracia les brinda.
Ojalá que no sea así, y que la razón se imponga de alguna manera. Sin embargo, no guardo muchas esperanzas. Todo indica que el país se dividirá aún más y que la radicalización nos va a definir, por lo menos, durante los próximos cuatro años. Hará falta un milagro para evitarlo.
@Morenoslagter
moreno.slagter@yahoo.com
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