Germán Vargas Lleras es un político profesional. ¿Qué querían? ¿Acaso que después de viejo comenzara a portarse como el más transparente de los ciudadanos? ¿Cómo el más ético? ¿Cómo el más ejemplar? Basta ya –lo he escrito hasta el cansancio– de hacernos los sorprendidos cuando acaece lo previsible.
Anticipando los movimientos de sus competidores, sopesando las probabilidades y haciendo uso de su olfato, el ex vicepresidente decidió inscribir su candidatura por medio de firmas, apartándose así del partido que seguirá dirigiendo desde la orilla de los “independientes”.
Los críticos han puesto en duda, con razón, las verdaderas intenciones de esta jugada política de Vargas, entre las cuales sobresalen dos: la posibilidad de hacer campaña anticipadamente y las supuestas ventajas de alejarse de los detalles electorales de un partido que ha cometido errores garrafales a la hora de escoger a sus aliados.
Lo cierto es que este mecanismo no es ilegal y, por lo tanto, Vargas Lleras lo usará como herramienta para llegar a la Casa de Nariño. Cada cual usa las armas que tiene a la mano, ni más faltaba. Todos los candidatos son libres de abrirse paso, así a los demás les resulte incómodo. No hay otra opción en la política, para que sea posible la llegada al poder, que transar, hipotecar credibilidades, arriesgar prestigios, pactar con enemigos, estrujar la ley hasta sacarle provecho al último de los incisos. Desde que no cometas un delito, tienes vía libre para hacer lo que tengas que hacer.
El ahora ex Cambio Radical es uno de los personajes colombianos que más conoce el oficio de la política, y por eso ha sabido combinar a lo largo de su carrera la gestión eficaz con la manzanilla y la marrulla, los resultados innegables con las alianzas perversas, la formalidad de los discursos con la brutalidad de los coscorrones. Y eso le ha dado resultado, tal vez porque la gente lo percibe como un hombre que no se avergüenza de ser político, que no se cohíbe de actuar como tal cuando sea necesario, que no niega que para ejercer el poder hace falta una gran dosis de cinismo.
Sin duda es mejor un aspirante que no esconde sus cartas, que un conspirador agazapado tratando de convencer a todo el mundo de su pureza a toda prueba. Porque el votante puede decidir con más conocimiento de causa, con más libertad, con menos miedo, y así elegir o no elegir al político que le plazca.
Eso de jugar a las transparencias políticas no les queda bien a los candidatos, y puede ser considerado como un intento más de engañar a los incautos. Por mi parte, y aunque jamás votaré por él, le agradezco a Germán Vargas Lleras que se presente ante los colombianos sin máscaras, como lo que es: un político profesional que no se oculta, un lobo hambriento que renuncia a vestirse con el disfraz de buen cordero.
Jorgei13@hotmail.com - @desdeelfrio
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