El Heraldo
Opinión

Lo elemental de la seguridad

Tal es el miedo que nos agobia a las mujeres de salir en la noche, que lejos de producir el efecto esperado, esto es, mayor seguridad, pretenden hacernos creer que todo lo que implique exposición social no es escenario apto para el género. Día a día, y a pesar de las constantes denuncias de acoso, abuso y violencia en contra de la mujer, siguen pretendiendo naturalizar con el lenguaje los ataques a los que nos vemos sometidas las mujeres a causa del chip misógino que abunda en la cabeza de muchos hombres en Colombia y en el resto de la tierra.

Ahora, no pienso caer en la trampa de seguir dándole importancia a comentarios relativos a la vestimenta, la hora o el grado de alicoramiento de quienes, como innumerables mujeres, hemos estado expuestas a la violencia machista, por el contrario, es necesario hablar de un tema esencial: la seguridad personal.

Esta garantía que por derecho nos corresponde a todos los ciudadanos, sin distinción de ninguna índole, nos ha sido históricamente denegada a las mujeres, cuando la razón más elemental que da lugar a la existencia del aparato estatal es precisamente la seguridad. Si para el mundo es tan difícil entender algo tan sencillo como es que las mujeres como seres humanos somos sujetos de derecho y, por tanto, ningún hombre está legitimado para agredirnos, entonces llevemos la discusión a algo más elemental: si yo pago impuestos para que las instituciones funcionen, deberían entonces funcionar para mí y para todas las mujeres. En esa misma lógica, si las usuarias del transporte público pagan un servicio para que este sea prestado en condiciones dignas, entonces deberían prestarlo y garantizar la seguridad personal, pues de lo contrario simplemente el servicio pago no corresponde al prestado.

El pasado fin de semana, como pasa constantemente en las discotecas –y no por eso tiene una menor importancia–, una amiga que esperaba sentada en una banca afuera de una discoteca en Bogotá fue víctima de abuso por un gringo que de buenas a primeras decidió meterle la mano debajo de la falda. A pesar de su inmediata reacción, el personal de la discoteca que estaba afuera no hizo nada para retener a este personaje y, por el contrario, decidió negar completamente la situación. La impotencia de mi amiga, que se tradujo en llantos y gritos, es indescriptible, porque a pesar de que muchos pierdan la fe en la humanidad, resulta cada vez más triste que quienes están llamados a garantizar tu seguridad sean los mismos que se burlan abiertamente ante estas situaciones.

@tatidangond

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