Dice en la página del Congreso de la República “La democracia es una forma de gobierno en la que los ciudadanos escogen a los gobernantes o dirigentes que los representarán en la conducción del país”, lo que supone la participación de cada uno de ellos en las decisiones colectivas. Aun así, hay quienes opinan que el concepto de democracia no debería estar atado obligatoriamente a la noción de mayoría, entre otras cosas, porque el criterio de esa masa diversa es muchas veces tan precario en términos de educación, que no en vano los colombianos acabamos por designarla irónicamente mayoría. “Democracia y mayoría son dos cosas bien diferentes. Todo el mundo estaba de acuerdo con Hitler y eso no era democracia”. “Llamemos democracia al derecho del individuo a diferir contra la mayoría; a diferir, a pensar y a vivir distinto, en síntesis, al derecho a la diferencia” diría Estanislao Zuleta. Vale señalar que en el derecho a la diferencia está la posibilidad de buscar los cambios que la sociedad reclama, sin que ello sea visto por el establecimiento como una amenaza.
Mientras la fiebre del mundial nos tiene absortos, México eligió a su nuevo presidente. La victoria de López Obrador, con más del 53% de la votación a su favor, fue el resultado del descontento y el hartazgo de un país por la política llevada a cabo durante años por los partidos tradicionales. En lo que se reconoce como una decisión trascendental que desestimó las acusaciones que el sistema predominante ha difundido sobre todo lo que huela a políticas de izquierda, los mexicanos vencieron la resistencia a explorar nuevos senderos e hicieron valer su derecho de buscar alternativas. El deseo de acabar con la corrupción rampante, y quizá esa tradición de corajudos a la que apelan ‘los manitos’ para enfrentar grandes retos, pudieron más que el miedo y consiguieron que el fantasma de Venezuela no pudiera ser utilizado como la fuente de intimidación que controlara la conciencia pusilánime de muchos votantes. En efecto, el triunfo de López Obrador, militante de una izquierda moderada vinculada a las políticas sociales, significa una apertura ciertamente democrática en un mundo que se inclina peligrosamente por los gobiernos autoritarios.
En Colombia, entre tanto –y una vez vueltos del dulce sueño del Mundial–, el regreso de la derecha elegida por la mayoría avanza en el empalme entre gobiernos. Pero no es esa mayoría recalcitrante la que está llamada a legitimar la democracia colombiana, sino la facultad que tienen los ciudadanos de diferir, de vivir y pensar distinto. De manera que, hay que esperar. Sin afanes revanchistas. Sin alharacas camorreras. Atentos a lo que ocurre y dispuestos a intervenir en ejercicio de legítima democracia. Por ahora, todo indica que, en función de sus delirantes objetivos, a los estridentes alfiles del uribismo les levantaron la orden de silencio que parece les fue impuesta en la campaña electoral.
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