Tras los resultados electorales del domingo 11, quedó evidenciado que las Farc no tienen la menor posibilidad de cambiar el rumbo del país en el corto y en el mediano plazo. Y me parece que tampoco la tendrán fácil en el largo plazo. Obtuvieron algo más de 85.000 votos entre Senado y Cámara (el 0,5% de los casi 18 millones que sufragaron). Por tanto, no constituyen una amenaza para la democracia, y hostigar y agredir a sus líderes y militantes no tiene ni presentación ni justificación. Las Farc son una minoría política que tuvo el valor de dejar las armas y hay que respetarles el espacio que se les ha concedido en el Congreso en dos legislaturas consecutivas. Estas elecciones han demostrado que eso de que las Farc se iban a tomar al país era solo pura fábula.
Creo que también ha perdido todo sentido seguir jugando con el espantajo de Venezuela. Metámonos en la cabeza esto: Colombia no es Venezuela ni existe el más remoto peligro de serlo. Y la razón es simple. Ni las fuerzas militares, ni el empresariado, ni la clase política, ni la intelectualidad democrática, ni los medios de comunicación permitirían un gobernante tipo Hugo Chávez. O Nicolás Maduro. Aquí el llamado ‘Socialismo del Siglo XXI’ no tiene ambiente. Este es un país de unas instituciones más sólidas que Venezuela, y además estos comicios confirmaron el inmenso peso electoral que tiene la derecha en el mapa político.
Por ejemplo, la imagen de Martha Lucía Ramírez posando en Caracas en un supermercado sin víveres es una ridiculez que no debe repetirse. Lo que queremos saber es cómo vamos a erradicar el hambre en Colombia y en particular, en La Guajira. Los colombianos merecemos respeto. Y hay que exigírselo a los que aspiran a la Presidencia de la República.
Hablemos de Colombia, de sus problemas y de las soluciones que demandamos, y dejémonos de estar asustando a incautos con amenazas inexistentes. Para esto la campaña presidencial tendría que tener un acento programático. Es decir, centrarse en los temas colombianos (empleo, seguridad, corrupción, salud, educación, etc.) y no en el duende del castro-chavismo y en la ficción de que estamos en riesgo de convertirnos en otra Venezuela. Tenemos que enfocarnos en los complejos problemas de este país y en cómo vamos a tratarlos en el próximo cuatrienio.
En correspondencia con ello, las encuestas deberían ser un termómetro que sirva para medir el real apoyo popular a las propuestas de gobierno de los distintos candidatos. Esperemos que de aquí a la primera vuelta haya debates de verdad para decidir mejor y que las encuestadoras hagan un trabajo profesional más serio. Porque digámoslo también: las encuestas –que deberían ser en una democracia un importante instrumento de sondeo de la opinión pública– han venido cayendo en el mismo descrédito de la política y los partidos.
@HoracioBrieva
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