La vasta y vaga y necesaria muerte
Cada vez que “la vasta y vaga y necesaria muerte”, como hermosamente la nombraba Jorge Luis Borges, nos arrebata a una de las personas que la coincidencia espacio-tiempo nos puso en el camino por el que avanzamos hacia ella, no queda sino volver a preguntarse por el sentido de la vida. Ante su fugacidad quedamos desarmados, desolados, destrozados; la conciencia de la muerte, derivada forzosamente de ver partir a esos seres, nos hace morir un poco con cada uno de ellos, pero, sobre todo, nos obliga a revisar cómo hemos gastado el tiempo destinado a desentrañar lo que supone estar vivo. Para quienes se nos adelantan, finalizan los jaleos de la existencia, las miserias, los afanes, los deseos, la maraña de sentimientos que obstaculizan los tránsitos energéticos de todo organismo vivo. Esos individuos con quienes por reglamentos del azar compartimos escenario, son nuestros pares; y acaso apenas hayamos respirado el mismo aire alguna vez, sin embargo, son el riguroso espejo que nos muestra que somos frágil materia precipitándose al olvido en medio de una constante incertidumbre, y sujetos a la perenne contradicción que nos causa ser mortales. Con cierta nostalgia escribió Borges: “De estas calles que ahondan el poniente,/una habrá (no sé cuál) que he recorrido/ya por última vez, indiferente/y sin adivinarlo, sometido/a Quien prefija omnipotentes normas/y una secreta y rígida medida/a las sombras, los sueños y las formas/que destejen y tejen esta vida”. Ese mismo Borges confesaría a Liliana Heker en una entrevista: “¿La palabra muerte? Me sugiere… una gran esperanza. La esperanza de dejar de ser.” Quizá porque para entonces ya era un hombre fatigado, concebía la inexistencia como algo reconfortante, porque, paradójicamente, es la conciencia de lo efímero lo que dota de belleza la existencia.
¿Cómo poder entonces entender esta urgencia de violencias y este afán de contiendas que nos caracteriza a los humanos? ¿Cómo interpretar la perpetuación de odios e intolerancias a sabiendas de que en el instante más fortuito el hilo será cortado? ¿Cómo explicar esa inclinación a anticipar la hora de la vasta y vaga y necesaria muerte?
Colombia, que lleva a cabo un complejo proceso de paz que aunque imperfecto es reconocido como ejemplar, es quizá el ámbito más apropiado para abordar estas preguntas de difícil respuesta; porque, inexplicablemente, la finalización del conflicto armado se ha vuelto un conflicto más para el país. La Nobel de Paz Jody Williams expresó en el evento ‘Pensando en el siglo XXI’ que hoy concluye en Uniautónoma, “no entiendo por qué se preguntan si quieren la paz. Deberían preguntarse por qué seguir en guerra”. Y es muy cierto, no hay razones. Menos aún cuando la vida se ensaña con mostrar su brevedad.
Lamento la temprana partida del columnista Fernando Arteta y me uno al dolor de su familia.
berthicaramos@gmail.com
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