En una emisora nacional, escucho al doctor Abelardo De la Espriella calificar a la izquierda como una “plaga” contra la cual es preciso luchar en una especie de frente unido de la derecha radical que libre a Colombia de una eventual catástrofe.
Esta opinión del famoso abogado es, además de torpe, un síntoma de la escasa cultura política que aún los miembros más privilegiados de la sociedad exhiben sin reatos todos los días en los principales escenarios de discusión pública.
Tal parece que los simpatizantes de las ideologías ultraconservadoras se niegan a reconocer la legitimidad de cualquier postura que les resulte incómoda, como si aún viviéramos en los tiempos en los cuales la estigmatización ideológica era un mecanismo natural de defensa de los valores occidentales, como si votar por una opción distinta a la que diga Uribe fuese una maniobra similar a la milagrosa resucitación de Stalin.
Digo que es una opinión torpe porque De la Espriella mete en la canasta de los comunistas a candidatos presidenciales que nada tienen que ver con esa ideología fracasada, que en la práctica apenas sobrevive en la nostalgia de algunos ancianos tristes. Pero esa incompetencia argumentativa es la que repiten sin pensar millones de colombianos que desconocen que la democracia es precisamente un juego de posiciones diversas y no una batalla campal de unos bondadosos ángeles encorbatados contra unos malvados demonios que no se bañan, que no se han dado cuenta de que la Unión Soviética no existe más, y de que los partidos de izquierda se alternan el poder desde hace siglos con sus opositores ideológicos en los países más civilizados y prósperos del planeta.
Quienes acompañan las apreciaciones del jurisconsulto monteriano suponen que el mundo ideal es uno en el que solo quepan las ‘decencias’ de Reagan, Thatcher, Bush, Aznar y Trump, y se proscriban los ‘desmanes’ de todo lo que huela a centroizquierda: Obama, Mujica, Trudeau, Sipilä (presidente de Finlandia, doctor Abelardo, uno de los países más prósperos y civilizados del mundo). Padecen, pues, quienes se empeñan en las posturas axiomáticas, de una atrofia espiritual que los empuja hacia la intolerancia, la violencia verbal, el militarismo y el odio.
Escuchando el nuevo jugueteo verbal del doctor De la Espriella (el lector recordará su sorprendente tesis sobre la utilidad del tiranicidio), yo, que no soy de izquierda, me pregunto si lo que hay que acabar de raíz no es precisamente esa postura reaccionaria y maledicente que alimenta la polarización y entorpece la reconciliación de un pueblo que ha sufrido tanto por cuenta de su incapacidad de reconocer al otro, y si la “plaga” no está más bien en otra parte.
Jorgei13@hotmail.com
@desdeelfrio
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