El Heraldo
Opinión

La luz de la tormenta

Cuando en las familias ocurren tragedias, suele suceder una de dos cosas. O se unen como nunca antes lo habían hecho, o se dividen casi irremediablemente. En estos casos no hay puntos grises, pues el dolor, la rabia, la tristeza, el desconcierto y las incontrolables ganas de encontrar culpables se apoderan tanto de nuestros cuerpos que se nos hace casi imposible pensar antes de actuar, gritar o hablar.  

Lo que sucedió en esta última semana en Barranquiilla y Soledad, atentados hechos por cobardes quienes se jactan de ‘defender’ a su pueblo mientras lo atacan, fue, indiscutiblemente, lo más devastador que le ha sucedido a esta tierra en estos últimos años. Con cada explosión detonada muchos recordaban un pasado oscuro de esta ciudad alegre, y otros veíamos de cerca una violencia de la que solo habíamos escuchado historias. Nos tomó por sorpresa, nos desgarró el alma, nos encendió la ira y nos provocó miedo.

Y aunque sin lugar a dudas las principales víctimas de esta desgracia son los policías que perdieron su vida o que se encuentran heridos, y los verdaderos dolientes son las familias y los amigos de estos héroes que dieron su vida por cumplir su labor, todos y cada uno de los que nacimos en este rincón del mundo sentimos ese dolor ajeno como nuestro. 

Sin embargo, en toda tormenta, por más fuerte que esta sea, siempre hay un rayo de sol que la acompaña, una ventana de luz que se logra colar entre tanta oscuridad, y una sonrisa que se le escapa a la tristeza. Y en este caso, ese rayo, esa ventana y esa sonrisa, fueron los mismos barranquilleros. 

La manera cómo actuamos, cómo desafiamos, cómo nos defendimos y cómo nos unimos, demuestra que lo que dice el periodista Juan Gossaín sobre nosotros es absolutamente cierto: “no hay nada más original que un barranquillero”. Mientras unos se dejan consumir por el terror, nosotros nos le plantamos de frente. Pudimos haber visto todo negro, pudimos haber dejado que el miedo se apoderara de nosotros, pudimos haber dejado que la tristeza y la rabia nos apagaran la alegría, pero no fue así. 

Demostramos con acciones que los buenos realmente sí somos más, y que no hay violencia u odio tan grande que sea capaz de acabar con nuestro ser, nuestro color, nuestro sabor, y nuestro amor. Demostramos que, aunque muchos que nos ven desde afuera no entiendan, los problemas nosotros los afrontamos distinto. Demostramos que lo que es con Barranquilla es con todos, y que jamás dejaremos que la inseguridad acabe con nuestra sincera e inigualable forma de ser. 

Porque, así como dice el dicho, “en Barranquilla la alegría se come, la Felicidad es un arroyo, el Paraíso es un barrio, las lluvias son de Oro y las Batallas son de flores”. Y luego de esta semana, no me cabe la menor duda de que así lo sea. 

 

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