El Heraldo
Opinión

La ilusión del monorriel

No nos imaginamos hace algún tiempo que la torpeza de los gobernantes locales de hace una o dos décadas, negando de plano la posibilidad de emprender la instalación de un monorriel en la ciudad, fuese a pasarnos tan rápidamente factura con altos intereses de incomodidad, desesperación y una enorme y caótica realidad en la movilidad del tráfico automotor de Barranquilla. En realidad hoy día cómo estamos añorando la posibilidad de que en vez de ese esperpento del Transmetro circulando por la avenida más completa de la ciudad, la Olaya Herrera o carrera 46, cercenándola de cuajo, se hubiese aprobado, invertido, desarrollado y llevado hasta el final como solución autónoma en forma de ‘L o F’, ese sistema moderno que llevaría los vagones por rieles aéreos manteniendo los cuatro carriles del propio suelo intactos, ida y vuelta, desde el este hasta Murillo o la calle 30, y con estas dos hacia el sur, llegando a Soledad.

En aquel entonces la recomendación de la oficina Bocarejo metió en la basura el proyecto, ignorando la primera de las recomendaciones de la Misión Japonesa que guardamos celosamente hoy día porque es el testimonio técnico más honrado y sabio que sobre el diagnóstico de Barranquilla se haya realizado en su historia. Con el atenuante de que no nos habría costado unos centavos porque pactado a 25 años se pagaría con una sobretasa en el transporte.

Pero la ceguera de los gobernantes es paradójica, y si bien puede en un momento dado suponer que habría interés escondidos, lo que sí es evidente es que el daño que se le hizo a nuestra urbe al convertir Olaya Herrera en una muralla de sur a norte, nos colocó desde entonces ante un tremendo futuro negativo, como lo estamos viviendo hoy día. Las bondades de un metrorriel no tienen que subrayarse ni repetirse en forma continua. En cientos de ciudades del mundo está demostrado que no solamente deja despejadas y útiles las avenidas y calles del suelo mismo, aumentando al doble los espacios para circular, sino que es un medio de transporte urbano más ágil, rápido, con mayor capacidad y auténticamente ecológico con contaminación cero.

En estas mismas columnas escribimos sobre el tema una docena de veces, por supuesto sin ser escuchados por los alcaldes de turno, que ni siquiera nos recibieron en su despacho, cuando la costumbre hasta entonces era que a los colegas anteriores los alcaldes actuales les dieran una cita preferencial. Cuando tuvimos completo el informe de la Misión Japonesa y lo llevamos al Concejo, que lo vio desde el principio con positivos ojos, corrimos adonde el Presidente de la República, el doctor Barco, que sí nos recibió enseguida, y como ingeniero notable nos dijo: “Échele para adelante, tiene el respaldo nuestro y del Ministerio, pero necesitamos la aprobación ya del Concejo”. A las pocas semanas la politiquería asqueante de ciertos grupos políticos que aún respiran hoy día nos obligó a renunciar para no compartir sus olores putrefactos. Así estuvieron amarrados los dignos sucesores. Hoy lo estamos pagando, pero el destino es travieso y no nos extrañaría que como van las cosas en el infernal tráfico sin calles nuevas, en pocos años se reviva el sueño y las ilusiones del nuevo monorriel.

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