Mientras escribo, Colombia confirma su clasificación a la segunda fase de la copa del mundo, luego de su estrecha victoria ante la selección de Senegal, un triunfo sufrido en una competición donde la angustia ha estado por encima del fútbol.
Salvo las escandalosas transmisiones pospartido de los canales locales, con sus grupos de hinchas “espontáneos”, las entrevistas a los familiares de jugadores, y las decenas de repeticiones del gol de Yerry Mina con el fondo musical del repetido estribillo de Francisco Zumaqué, la celebración del paso a octavos es más bien parca, sin caravanas de automóviles haciendo sonar sus bocinas, sin caras manchadas con maizena, sin borrachos correteándose por las calles. Y la razón es clara: nos estamos acostumbrando a ganar.
Atrás quedaron las épocas en las que íbamos a las más importantes competencias mundiales a participar, a aprender y a hacer el ridículo. Hoy es normal pelear las carreras más importantes del ciclismo, ganar medallas en los Juegos Olímpicos, tener representantes exitosos en el béisbol de grandes ligas y, por supuesto, ser quintos en la Copa del Mundo.
El quinto, era un puesto impensado hace poco, pero conseguirlo hace cuatro años en Brasil nos ha dejado la sensación de que pasar de la primera ronda es una obligación, no una hazaña. Y eso está bien, porque demuestra que la satisfacción de los simples participantes eliminados es para mediocres, y también porque nuestros deportistas demuestran que ya no son cenicientas de metro y medio que se mueren por la camiseta del crack a quien enfrentan, sino estrellas para quienes la victoria es un asunto cotidiano.
Por supuesto, eso no quiere decir que vamos a ser campeones del mundo –tal vez yo mismo no viva lo suficiente para ver algo así–, pero con solo ese cambio de actitud, con la conciencia de que no somos mucho menos que los más poderosos, con la certeza de que no vamos a recibir goleadas monumentales, no importa a quién tengamos delante, es suficiente para interceder con éxito a favor de nosotros mismos frente al espejo.
La selección enfrentará el próximo martes a Inglaterra. Ambos rivales pueden ser derrotados si el equipo de Pékerman asume su responsabilidad sin triunfalismos ni miedos, consciente de su lugar en el panorama futbolístico mundial, haciendo su trabajo como atletas y como hombres. Si esa victoria llega, podremos enfrentar los cuartos de final con la tranquilidad de haber igualado nuestra mejor participación en el máximo certamen del deporte mundial.
De ahí en adelante, quién sabe. A lo mejor, con la suerte de los predestinados de nuestro lado, se cae por los suelos mi pronóstico personal de no estar vivo cuando uno de los nuestros levante hacia el cielo el más anhelado de los trofeos. Pero si eso no ocurre, y tan solo sobrevivimos, una vez más, hasta el quinto partido, nadie celebrará, no habrá desfiles de carros de bomberos, ni comparsas, ni caras empolvadas, ni estribillos trasnochados. Y será lo normal, porque ya somos grandes, y los grandes solo están felices cuando superan sus logros más importantes.
@desdeelfrio
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