Chile y su entuerto
La mayoría de los países buscan algo llamado “el bien común” a través de los medios que tengan disponibles. El objetivo siempre ha sido minimizar el malestar humano y los métodos para lograrlo son variados. La idea de que la felicidad puede ser escrita y diseñada, planificada e implementada centralmente no es nueva y en América Latina es una tendencia.
En la historia reciente hemos visto procesos revolucionarios y constitucionales que prometían lograr el ansiado objetivo del desarrollo; sin embargo, el resultado pareció alejarlos de tan noble meta. Lo vimos en Ecuador, en Nicaragua y ciertamente en Venezuela. A tres semanas del plebiscito de salida en Chile, el país austral se ha sumado a la lista de naciones en la búsqueda de la utopía, pero los resultados de la propuesta indican que esta vez, las intenciones no son suficientes.
Existen al menos cuatros razones que explican el avance del rechazo, el mismo que hace dos años perdió estrepitosamente con un 20%. El desprecio que se vio por los técnicos y expertos constitucionalistas pasó la cuenta. Durante la discusión hubo un monopolio discursivo, una exclusión ideológica y se minó el respeto por la libertad de expresión.
También es importante considerar que, la constitución vigente, que lleva la firma del expresidente Ricardo Lagos, tiene una configuración minimalista donde se consagran las libertades del individuo, rescatando el rol de arbitraje (y no solo de proveedor) del Estado. La propuesta constitucional, en cambio, está expresada en derechos etéreos donde el proveedor principal y en ocasiones, exclusivo, es el Estado. Esto último supone un compromiso fiscal que, en el caso de Colombia ha significado deuda y una constante cultura de la apología donde siempre se excusa la falta de acción con un “se hará en la medida de lo posible” y, que redunda en una desconfianza hacia las instituciones por parte de los ciudadanos que lentamente comprenden el peso de la letra muerta.
El idealismo expresado en la propuesta es de tal naturaleza que la vuelve impracticable, además de convertirse en la constitución más larga del mundo y con más “derechos” garantizados, ignora el funcionamiento de la república, de las ciencias económicas y de siglos de historia jurídica. Este borrador evidencia el ánimo revanchista, refundacional que rigió la discusión, desaprovechando la oportunidad que tenían a su favor para crear la supuesta “casa de todos”.
Aunque muchos sugieren que el paso a seguir, frente a un eventual triunfo del rechazo deba ser elegir una nueva convención, la incertidumbre de seguir alargando un proceso que comenzó lleno de irregularidades seguirá presionando la convivencia cívica y la economía nacional a niveles que el país austral no podrá resistir.
Por desgracia, en la búsqueda de la utopía generalmente llegamos a las distopias y, escribir una constitución está lejos de ser el camino al cielo.
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