El precio de la prudencia
La mujer prudente siempre será agraciada, hermosa, divina, diferente y deseada. Aunque existan elocuentes conversadoras más bonitas, quien sabe valorar la prudencia seguramente se acompañará de la rúbrica estética del amor: La virtud. Entendida en una mujer es la sublimación del afecto. La pasión más tierna y genuina que inspire a quienes le rodean, estará adornada por la confianza. Allí el arte, la fortuna y la sabiduría, tienen rostro, alma y corazón femenino.
¿Se puede comprar el silencio? ¿Cuánto cuesta guardar un secreto? ¿Tiene valor real la confianza? ¿Cuándo fue la última vez que revelaste información confidencial? ¿Quién ofreció proteger esos datos? ¿Es válido creer en la gente? Este cuestionario podría ser una prueba de personalidad.
No me refiero a un elaborado estudio psicológico que intente aproximarse a describir tus rasgos esenciales. Tampoco a una autoevaluación para descubrir destrezas y debilidades. Son preguntas básicas que nos ayudarían a entender más a la gente. Si nos preguntáramos esto cada vez que hablamos, sin duda los chismes dejarían de tener la tasa de interés social que hoy ostentan.
En una sociedad chismosa la verdad y la mentira son gemelas siamesas de una familia expuesta en la cima cultural de sus espectáculos. Separarlas sería acabar de forma grotesca con su existencia. Podría darle un valor superior a la muerte sobre la vida. Lo real y lo imaginario es un guion disfrutando sus mejores placeres en el comedor de las redes sociales.
Ser prudente es mucho más que ser misterioso, reservado, inteligente, cauto, audaz, confiable, pertinente, leal, fiel o íntegro. Ser prudente es ser excepcional. La prudencia es la clave de acceso a la mente y el corazón del ser humano. Algunos no tienen puertas ni ventanas, por eso no usan llaves y todo se sabe de ellos. Otros suelen ser bunkers ambulantes que parecieran ser magos escatológicos, huyendo al presente en una isla perdida dentro del barrio.
La mujer prudente siempre será agraciada, hermosa, divina, diferente y deseada. Aunque existan elocuentes conversadoras más bonitas, quien sabe valorar la prudencia seguramente se acompañará de la rúbrica estética del amor: La virtud. Entendida en una mujer es la sublimación del afecto. La pasión más tierna y genuina que inspire a quienes le rodean, estará adornada por la confianza. Allí el arte, la fortuna y la sabiduría, tienen rostro, alma y corazón femenino.
El precio no es una estimación económica que asigne el uso de una moneda si su entorno es moral. La conciencia no es un objeto en una subasta pública de oferentes corruptos. La conciencia es el teatro de la prudencia. En sus tablas se aprecia el valor que tiene quien sabe hablar sin revelar la información sensible, confidencial, íntima o personal. Esas entradas no están disponibles para todo público. Más si son gobernantes imprudentes los que quieren comprar el balcón porque nadie les alquila su palco.
La sociedad prudente supera sus dilemas económicos. Allí el costo es semejante al valor porque sus líderes entendieron el precio de la prudencia.
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