Trato de imaginar un hormiguero en el que las hormigas se ajusticien por cuenta de diferencias políticas. Trato también de figurar una colmena con abejas que en defensa de creencias religiosas cometan actos terroristas. Pero claro, tales ideas suenan ridículas considerando que son especies irracionales, pese a que llevan millones de años perfeccionando un modelo de organización basado en su predisposición a la sociabilidad, en el cual, por encima de intereses individuales, prevalece un beneficio colectivo primordial, que es la supervivencia. Esto no quiere decir que no tengan problemas.
Como en todas las sociedades, las contiendas sobrevienen originadas generalmente por disputas territoriales, o por la inclinación natural de los animales –entre los cuales está incluida la especie Homo Sapiens– hacia el conflicto. La diferencia fundamental quizá radica en que resolver las discrepancias tiene para los primeros un carácter urgente, inmediato. El ser humano, por el contrario, puede llegar a prolongarlas extraordinariamente y de manera brutal, aunque se juegue la preservación de su propia especie.
Es indiscutible la similitud que hay entre el hombre y ciertos organismos sociales del reino animal para protegerse mutuamente; aun así, observando el comportamiento humano podría decirse que, estar dotado de inteligencia, y tener la facultad de comunicarse y razonar, no parece servirle de mucho frente a la dificultad que le representa acotar las emociones que median sus actos.
Ante una acción terrorista como la ocurrida recientemente en Bogotá, o en cualquier lugar del mundo, queda expuesto una vez más cómo en el hombre –perturbado por emociones y pasiones– pareciera debilitarse el aparato racional. “Las acciones del alma surgen solo de las ideas adecuadas; las pasiones, en cambio, solo dependen de las inadecuadas”, diría Espinosa. “Un afecto que es pasión, deja de ser pasión tan pronto como formamos de él una idea clara y distinta”. En efecto, frente a la violencia, la razón parece ser un precario equipamiento de principios del período Cuaternario. Nos invade una especie de extremismo pasional: el tropel desenfrenado de reacciones confusas con que los vivos se aprovechan de los bobos para fines siniestros.
En Colombia se especula alrededor de lo ocurrido en el CC Andino. La barbarie del ‘Clan del Golfo’, la sevicia de la derecha, el salvajismo de la izquierda, la incompetencia del Gobierno; hipótesis van y vienen, aborrecimientos vienen y van; el temor, la ira y la incertidumbre ya son victorias de los extremistas. No hay que dejarse confundir; el objetivo de millones de colombianos no puede ser un asunto de emociones. Como hormigas, como abejas, nuestra reacción ha de ser urgente, inmediata, pero, además, fundada en una idea clara: estar unidos frente a un propósito común de supervivencia, consolidar esa paz que pretenden sabotear de cualquier forma.
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