En la historia universal, “Leonardo” a secas nos lleva al portento de Vinci, cerca de Florencia, al sabio del renacimiento. En la nuestra, “Álvaro” a secas nos remite a Álvaro Gómez Hurtado, el hombre “enciclopédico” y excepcional.
La recordación de otros “Álvaros” ilustres está atada a su apellido. A Mutis, por ejemplo, lo asociamos con las aventuras de Maqroll. Álvaro, por el contrario, con el perdón de su familia, parece no necesitar de sus apellidos. Su nombre mismo es expresión del ser integral, del saber profundo y de la cultura como esencia.
En ese mundo excepcional Álvaro tiene otros “apellidos”, que el presidente Duque reseñó en conmovedora evocación en el centenario de su nacimiento: Álvaro el político, periodista y diplomático, Álvaro el artista; Álvaro profesor, ideólogo y humanista.
Mauricio, su hijo, completó el retrato con la sentida reseña de Álvaro el padre, hombre de familia, tolerante, sereno y sin espacio para la amargura; maestro de periodismo y de vida; “la persona más liberal y abierta que he conocido”.
El país se ha preguntado siempre sobre el Álvaro presidente que nunca fue, pero Juan Esteban Constaín respondió contundente: “Su legado no es que no haya sido presidente, sino que es, para mí, el pensador político más importante del siglo XX en Colombia”. De hecho, el vigor ideológico y político del partido conservador bebió en la fuente de Álvaro el doctrinante.
Quiero sumar mis propios recuerdos. Con el retorno de la democracia en 1958, Álvaro llegó al Senado por Cundinamarca y mi padre por Magdalena. Años más tarde, mi vida se fue acercando a la suya y empezó a ser moldeada por su talante.
En 1989, Álvaro el mentor, me convocó a la coordinación política del Movimiento de Salvación Nacional y, luego, a la dirección de la revista Síntesis Económica, fundada con su hermano Enrique en 1975, en una época de estadísticas precarias y escaso análisis económico. Era Álvaro, el adelantado a su tiempo, que dominaba también el tema económico. Allí permanecí hasta ese fatal 2 de noviembre y, poco después, por decisión de su familia, desapareció la revista pionera del periodismo económico.
Para quienes disfrutamos de su charla, reflexiva, seseante y expresiva; y compartimos ideologías y avatares políticos, su ausencia sigue doliendo. De ahí la importancia de la solicitud pública del presidente a la Corte Suprema, para que su asesinato sea declarado de lesa humanidad.
Las palabras del presidente Duque fueron un gran homenaje, que selló la consagración de su presencia en la Casa de Nariño, con el óleo que presidirá la Sala de Juntas del despacho presidencial, en adelante “Sala Álvaro Gómez Hurtado”.
Comparto con Constaín; su pensamiento político, el más importante del siglo XX en Colombia, es trascendente y hace parte del patrimonio inmaterial del país. Su magnicidio no puede quedar impune.
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