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No castremos el idioma

El verbo “poner”, que muchos temen emplear al pensar que serán objeto de burla por aquello de que “la que pone es la gallina”, registra 44 acepciones en el diccionario de la Real Academia de la Lengua; es decir, que puede usarse en una gran variedad de contextos. Este es uno de los patrimonios de nuestro idioma que también cuenta con una multiplicidad de palabras sinónimas que permiten expresarse con los términos precisos para cada situación y con una amplia gama de posibilidades. Para pasión, por ejemplo, están: entusiasmo, emoción, calor, ardor, fuego, fervor, frenesí, encendimiento, exaltación, sofoco, rubor, llama, fogosidad, arrebato, llamarada, vehemencia y varias más. 

Esa pluralidad con que contamos para comunicarnos habla de la riqueza del castellano, que nos facilita una variedad de maneras de expresar una misma idea. A diferencia, el inglés no goza de esta profusión ya que sus construcciones gramaticales son más concretas y directas, y posee menos conjugaciones verbales.

El idioma español cuenta con más de 150.000 palabras, incluidos los americanismos, y es usado por 572 millones de hispanohablantes en el mundo, según datos del Instituto Cervantes, solo superado por el mandarín como idioma nativo. 

Pese a su importancia, su riqueza y su belleza, en los últimos años existe una tendencia a emplearlo mal e incluso, a atropellarlo. El uso masivo de las redes sociales y las características de sus formatos han promovido a la mayoría de las personas, de todas las edades, el uso restringido del idioma. Recientemente, lingüistas consultados por el periódico El País, de España, plantearon que se estaba presentando una “epidemia de mala ortografía” que atribuyen a las redes sociales y la falta de lectura y escritura, pero también al afán por encajar en el entorno, es decir, que se hace de manera consciente para estar a tono con los usos actuales del lenguaje. 

Ahora es frecuente escribir con palabras sin vocales, eliminar sílabas o usar abreviaturas para expresar toda una idea completa. También cambiar arbitrariamente la ortografía de una palabra para hacerla vistosa o chistosa, o emplear palabras en inglés pese a contar con nativas para la definición que se requiere. 

En lugar de la palabra, se ha popularizado escribir usar siglas como “tb” por también, “q” a cambio de que, “bb” por bebé, por estoy escriben “toy” o el frecuente “OMG” que es la sigla de la frase en inglés “Oh my God”, entre otras. Su uso se ha vuelto común y permanente tanto en contextos personales como laborales y profesionales.  

Igualmente está muy de moda expresar ideas o entablar conversaciones a través de dibujos llamados emoticones, y es fácil encontrar “contertulios” que pueden conversar sin expresar frases ni palabras. Es como volver a la edad de piedra en donde se expresaban a través de la comunicación de los jeroglíficos.

El uso desmedido y frecuente de estas abreviaturas castra nuestro léxico y nos termina transformando en inválidos de la palabra y la comunicación. 

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