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Emilianito, juglar vallenato

El reconocimiento y la difusión de la obra de quienes, como Emiliano Zuleta, han forjado nuestras raíces culturales nos permitirán su preservación pues en el legado de los cultores y hacedores de nuestro folclor está forjada nuestra identidad, la esencia del ser Caribe. Por ello, siempre será un buen momento para rendirles honores a quienes con sus virtudes y compromiso siguen engrandeciendo nuestra cultura.

Por mi salud mental y la de mis lectores hago un cambio de tercio en las temáticas que usualmente trato en esta columna y aprovecho esta ocasión para rendirle homenaje al gran Emiliano Zuleta Díaz, sin duda, uno de los más grandes genios de la música vallenata, quien le ha regalado al folclor y al pueblo colombiano su destreza en el teclear melodioso del acordeón para prodigarnos armónicas notas musicales y su capacidad creadora innata componiendo canciones ricas en sentimientos y pletóricas de lo propio.

Para Emilianito, este noble instrumento es su compañero fiel en las buenas y en las malas, su pañito de lágrimas, su elixir de la felicidad, en fin, su razón de vivir, como lo describió, con sentimiento, en su canción ‘Mi acordeón’, que lo coronó como rey de la canción inédita en el Festival de la Leyenda Vallenata en 1985. Desde que aprendió a interpretarlo, hace más de 60 años, su vida ha discurrido por los caminos de juglaría que abrió su abuelo Cristóbal Zuleta y abonó de manera pródiga su padre Emiliano Zuleta Baquero. De niño se le escapaba a su madre, doña Pureza del Carmen Díaz Daza, en Villanueva, su tierra natal, para escuchar a los intérpretes de música de acordeón que visitaban el pueblo.

A Emilianito se le atribuye la autoría de más de 60 composiciones, interpretadas por eximios cantantes como su hermano ‘Poncho’ Zuleta y los fallecidos Diomedes Díaz y Jorge Oñate. Canciones como Mi hermano y yo, La sangre llama, La Herencia, Tardes de verano, Mañanita de invierno, son algunas de las melodías sublimes afloradas de su creatividad. Las dos últimas son sus favoritas, aunque dice que Mi hermano y yo, expresiva de su amor filial por Poncho, le es significativa porque refleja la angustia que siempre le han producido los escenarios y el bullicio, al punto de que hoy, dos años después de no subir a tarima ni hacer presentaciones comerciales, se siente feliz y realizado. Su aspiración, todo el tiempo, fue tocar su acordeón en reuniones musicales y parrandas, con familiares y amigos, lo que ahora puede gozar a plenitud.

Las notas de su acordeón perviven en nuestros corazones e, incluso, cómo no recordar con cariño, cuando llenaron de notas, como mariposas amarillas, el Palacio de Conciertos de Estocolmo al recibirse Gabriel García Márquez como premio Nobel de Literatura en 1982.

No se autorreconoce como el mejor acordeonero pese a que muchos conocedores lo califican como tal. Siempre exalta a quienes fueron sus modelos a seguir en la música: Aníbal Velásquez, Colacho Mendoza, Luis Enrique Martínez y, sin duda, su padre.

El reconocimiento y la difusión de la obra de quienes, como Emiliano Zuleta, han forjado nuestras raíces culturales nos permitirán su preservación pues en el legado de los cultores y hacedores de nuestro folclor está forjada nuestra identidad, la esencia del ser Caribe. Por ello, siempre será un buen momento para rendirles honores a quienes con sus virtudes y compromiso siguen engrandeciendo nuestra cultura.

rector@unisimonbolivar.edu.co

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