De los efectos positivos de la difusión masiva e instantánea de información que permiten hoy las redes sociales y los medios de comunicación es que son facilitadores de campañas de promoción de la salud y prevención de enfermedades. Ahora tenemos a la mano todo tipo de conceptos y estudios sobre los perjuicios que provocan los malos hábitos en nuestro organismo. A pesar de ello, la población no asume actitudes y comportamientos de cambio y, simplemente, continúa siendo esclava de costumbres alimenticias malsanas.
Ejemplo de ello son las campañas que se realizan de manera masiva en contra del uso habitual, cotidiano, abusivo y hasta adictivo de alimentos azucarados, que coadyuvan a sobrepasar las necesidades calóricas del organismo, y se convierten en factores desencadenantes de enfermedades como la obesidad, la caries, la diabetes y las afecciones cardiovasculares, entre otras.
El abuso del consumo de azúcares libres que, según la OMS, son los agregados por fabricantes, cocineros y consumidores, genera una fuerte dependencia hacia ellos, y son utilizados como anzuelo adictivo para lograr la lealtad del consumidor. En la cotidianidad lo experimentamos cuando tomamos una gaseosa, abrimos una bolsa de mecato o probamos un postre y es sumamente difícil resistirse a dejar de comerlo.
La valiosa iniciativa ‘No comas más mentiras’, de la corporación Red Papaz, busca que la ciudadanía le exija al Estado implementar normas y programas para prevenir las malas prácticas alimenticias, como la imposición de etiquetas con información clara y veraz del contenido nutricional de los productos comestibles. Una investigación de ese organismo en 2017, arrojó que el 87% de los encuestados consideran que la información de estos productos no permite identificar si tienen exceso de azúcar, grasa o sodio, y cerca del 70% define que las etiquetas actuales son difíciles de entender y no brindan información útil. Los datos nutricionales deben ser visibles, objetivos y confiables para permitir al consumidor discernir y decidir sobre las cualidades y calidad de los alimentos.
Lo grave es que la vida moderna nos ha alienado a la alimentación no natural, de elaboración industrial, de fácil adquisición y conservación, como las meriendas de los niños que hoy, en su mayoría, son alimentos procesados industrialmente como los juguitos de caja, las gaseosas o los paquetes de mecatos.
Entre las estadísticas preocupantes derivadas de la última Encuesta Nacional de Situación Nutricional de Colombia (Ensin), está que el exceso de peso en los niños en edad escolar (5 a 12 años) aumentó de 18,8% en 2010 a 24,4% en 2015, que uno de cada cinco adolescentes presenta sobrepeso, mientras que uno de cada cinco jóvenes y adultos es obeso.
Estamos a tiempo de hacer una pausa a esta involución de la cultura gastronómica que vive hoy nuestra sociedad. Tenemos la obligación de actuar, sin llegar a extremos, para que los alimentos que les brindemos a nuestros niños sean lo más naturales y saludables posible.
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