Colombia vive, a pesar de sus esfuerzos por la paz, una violencia injustificada y sin fundamentos. La intolerancia, la corrupción, el enriquecimiento ilícito, el escaso valor que se da a la vida y la cultura del ‘todo vale’, han permeado nuestras estructuras sociales al punto que se ha vuelto frecuente la violencia callejera y una atmósfera de inseguridad con el riesgo de morir por una bala perdida.
Esto le ocurrió el pasado 7 de febrero al cantante y youtuber Fabio Legarda, joven de 29 años, lleno de vida y con grandes sueños. Para su desgracia circulaba en un automóvil por El Poblado, en Medellín, y según las autoridades, al parecer un escolta le causó la muerte con un disparo al defenderse de un fleteo.
Pero Legarda no ha sido la única víctima fatal de estas situaciones: este año ya van 19 muertos en el país por las mal llamadas balas perdidas, pues realmente no se pierden, encuentran a inocentes y los matan. Según el Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos, en 2018 fueron 170 las víctimas por este motivo.
Qué realidad tan vergonzosa: Colombia ocupa el quinto lugar a nivel mundial en muertes por armas de fuego, con 13.300 casos (2016), de acuerdo con un estudio liderado por la Universidad de Washington. El escalafón, publicado por Journal of the American Medical Association (JAMA), lo encabeza Brasil (43.000 muertos), seguido de Estados Unidos (37.200), India (26.500) y México (15.400). Si estos indicadores los relacionamos con la población, el país ocupa el primer lugar.
Si se tiene en cuenta que este análisis no incluyó enfrentamientos armados, se encuentra que nuestra sociedad continúa dándole sitial cimero a la violencia como medio para resolver sus tensiones y conflictos.
Esta violencia se ha integrado al ADN de las personas, enraizándose con firmeza al paso del tiempo. Empeora esta realidad la exagerada comercialización de juguetes bélicos. Además, videojuegos cuya motivación es matar personas como supuestos enemigos. Nuestros niños ensayan cómo matar desde pequeños.
Por ello es ilógico hablar de una flexibilización del porte de armas en el país, como lo propuso el año pasado el representante a la Cámara Christian Garcés. Al ser ciudadanos de bien no necesitamos armas, ya que somos cultos, tolerantes y éticos, y nuestras ideas y proceder es nuestra mejor arma de convivencia.
Pueda ser que el impacto, la tristeza y el dolor producidos por la muerte absurda del cantante Legarda obliguen a las autoridades a tomar medidas radicales que mejoren la seguridad ciudadana.
La sociedad colombiana moderna no puede pensar que sus problemas de inseguridad se resuelven emulando las vivencias del oeste norteamericano del siglo XIX, muy bien retratado en las películas de vaqueros en las que se validaba el uso generalizado por la sociedad de las armas de fuego y se resaltaba a quien fuera diestro y rápido con el gatillo. La paz y el desarme son el único camino, y las armas deben portarlas las fuerzas armadas legítimas del Estado.
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