Barranquilla podría ser definida como un lugar que logra que te sientas feliz. No todo el tiempo, pero en carnavales es demasiado evidente la alegría de un pueblo que se olvida de sus pesares y da libre satisfacción a las demandas del cuerpo, no tanto del alma.
¿Cómo es posible que en la guacherna unas 500 mil personas se congreguen en un espacio público a bailar, cantar, o a ver y escuchar a tantos danzarines y músicos? A pesar de la perrateada que nos pegó nuestra vicepresidenta, la psicología es la ciencia más humana. Estudia al hombre, los elementos que lo componen y la energía que lo mueve en su incesante búsqueda de la felicidad.
Una rama muy nueva de esta ciencia es la psicología del arte, que pretende explicar por qué todo lo relacionado con la estética nos genera placer y felicidad, especialmente la música.
Llegar a ser músico es un proceso muy complejo, pero disfrutar de la música es algo que nos ocurre incluso antes de haberse formado el oído en el vientre de la madre. Existen evidencias de que los humanos tendríamos especializaciones neurológicas para el procesamiento de la música. También se han realizado muchas investigaciones que muestran que las emociones que nos genera la música están estrechamente asociadas con el placer y la excitación. Así, los estímulos musicales nos permiten sentir emociones agradables y excitantes.
Esto no es todo: hay evidencia del importante papel que desempeñan la música y la danza en las relaciones entre nosotros. Los humanos, aparentemente, somos los únicos con capacidad de establecer relaciones cooperativas, más allá del vínculo consanguíneo. Son la música y la danza —en pueblos primitivos o sociedades complejas—, grandes facilitadoras de las alianzas de grupos que no tienen lazos de sangre. La música y el baile nos sacan el lado bueno, nos vuelven gregarios y amistosos.
Aunque el Carnaval es mucho más que música y danza, nos muestra la importancia que ellas tienen en la vida de las personas. Recuerdo que hace muchos años la Universidad del Norte creó, con el ICBF, un primer centro infantil en el corregimiento de La Playa. El director fue Luis Ávila, un líder de esa comunidad cuya hija fue reina popular del carnaval. Le pedí que me entregara la lista del material educativo que usaría. Esperaba me pidiera plastilina o creyones, pero él insistió que lo más importante era un equipo de sonido. Como chileno recién llegado me costaba entender esta solicitud; después vi que —cuando los niñitos lloraban agobiados por el calor—, Lucho les ponía música, se acababa el llanto y los niños empezaban a mover sus cuerpecitos. A mediodía, en la hora de la siesta, los niños dormían plácidamente acompañados de la música, y al despertar otra vez la música. Es que la música y la danza nos hacen felices: son el alimento necesario para sentirnos plenos de alegría.
Observando las miles de personas que iban pasando en las diversas comparsas, sentí un poco de envidia. Desafortunadamente carezco de ritmo y de coordinación motora, y en Barranquilla quien no sabe bailar no consigue pareja, por eso pensé: “Menos mal que me vine casado, porque aquí no habría levantado nada”.
joseamaramar@yahoo.com
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