Barranquilla es mucho más que su vida material. La ciudad, como describió Ítalo Calvino en Las ciudades invisibles, no solo son calles, edificios, parques, puertos, etc. Existe también algo invisible, que está en el imaginario de cada uno de sus habitantes. Se refiere a cómo las personas ven la realidad social y especialmente cómo se ven dentro de ella mediante creencias que nos unen como ciudadanos.
Cuando llegué a mediados de los 70 a Barranquilla, fui acogido con gran generosidad. Pronto me di cuenta que la ciudad acogía a migrantes de muchos lugares del mundo. La urbe se veía próspera, y había espacio y oportunidades para quienes llegaban a residir. Éramos siete psicólogos; hoy hay más de 10 mil.
Llegué en enero, y lo que más me impresionó fue la vida alegre de la gente. Como era precarnaval, me pareció que lo rutinario era la fiesta y no el trabajo. Cualquier hecho era una disculpa para armar una parranda, con buena música, baile y ron. No sabía de dónde salía tanto dinero hasta que una joven colega me contó que su esposo la había llevado al restaurante más costoso de Cartagena, pidió champán y langosta; cuando ella le recordó que debían dos meses de colegio de los hijos, él le respondió: “Hoy somos ricos, mañana es otro día”.
Esa vida despreocupada y esa capacidad de alegrarse con las pequeñas cosas me generaban una cierta envidia, porque los chilenos somos medio amargados y trascendentes.
Después de unas cortas vacaciones fuera del país, he vuelto a Barranquilla y he encontrado un aeropuerto destartalado, del que nos dicen hace tiempo que está en reconstrucción. El conductor recomienda ir por la Circunvalar pues la calle Murillo, en la noche, no es segura; en el trayecto veo algunos barrios sin luz; me cuentan el asesinato de una señora empleada del servicio por un atraco; de varios incendios en lugares públicos, atribuidos a un pirómano; de una bomba en la Universidad del Atlántico y un posterior incendio.
La gente ha cambiado, de la despreocupada alegría de los años setenta, a la sensación de miedo de que en cualquier momento algo malo puede suceder.
Lo que me comentaban sobre el clima de zozobra de muchos habitantes me hizo recordar el bello cuento de García Márquez Algo muy grave va a suceder en este pueblo, donde una anciana les comenta a sus dos hijos que amaneció con el presentimiento de que algo muy grave le iba a suceder al pueblo donde vivían. A pesar de que sus hijos se rieron, el presentimiento se fue generalizando al ir uniendo hechos aislados. Los habitantes se fueron desesperando y asustando, incendiaron sus casas y huyeron como en un éxodo de guerra. Y en medio de la huida iba la señora que tuvo el presagio repitiendo: “Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca”.
Moraleja: En la ciudad están ocurriendo hechos que preocupan. Unos fortuitos, otros intencionales. Pero todo será más grave si nos invade el miedo. Los malhechores, como los perros, atacan cuando las personas se asustan.
joseamaramar@yahoo.com
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