Como no queda mucho tiempo para que se acabe el año, es muy posible que la última mala noticia de 2018 que nos deje este gobierno sea el parágrafo que le permite al Ministerio de Defensa expedir salvoconductos para portar armas de fuego a todos los civiles que quiera, incluido, como quien no quiere la cosa, en el decreto que prorroga la prohibición general.
Eso quiere decir que las armas están prohibidas, pero no tanto; que nadie puede estar armado, pero a veces sí; que el monopolio de las armas de fuego es del Estado, pero lo comparte con algunos amigos; que la defensa de los ciudadanos es una obligación de las autoridades, pero a veces es mejor que se defiendan como puedan.
A nadie le puede sorprender la ambigüedad, la confusión y la maldad de las actuaciones del uribismo en el poder; por eso votamos por ellos, para que poco a poco, parágrafo tras parágrafo, mico tras mico, estratagema tras estratagema, nos embarcaran en el triste viaje hacia el pasado. Tampoco es que nos hubieran mentido cuando trataban de seducirnos para que los eligiésemos como parlamentarios y presidente.
Así que ya lo sabíamos todos, quienes no votaron por ellos, quienes lo hicieron porque les creen o los quieren, y también quienes decidieron abstenerse en nombre de una neutralidad insulsa e inoperante.
Sin embargo, que el Estado esté en manos de una pandilla predeciblemente vergonzosa no es el principal de nuestros problemas. Los asuntos importantes son otros, y se encuentran en el fondo profundo de lo que a duras penas alcanzamos a ser: la desigualdad, la pobreza, la ignorancia, la corrupción, la violencia, la cobardía; son estas características tan nuestras las que han permitido que ellos permanezcan dictándonos cuál debe ser nuestro destino.
Así ha sido, y así seguirá siendo, por mucho que insistamos en ver las cosas con el optimismo de los ingenuos. ¿Acaso Colombia no eligió como presidente a un señor tan insustancial como Duque? ¿Acaso el senador sospechoso no sigue dirigiendo la agenda nacional desde su curul y su cuenta de Twitter? ¿Acaso el fiscal general no ejerce todas las formas del cinismo, de frente y sin reatos? ¿Acaso el ministro de Hacienda no proclama que las fundadas acusaciones en su contra le resbalan? ¿Acaso el condecorado presidente del Congreso no sigue apagando micrófonos a pesar de que no sabe contar? ¿Acaso el embajador en Washington no pisotea la institucionalidad cada vez que abre la boca en nombre del país? ¿Acaso, en medio de este caos, los poderosos empresarios que lo manejan todo no aprovechan para escabullirse de asumir su responsabilidad en gravísimos hechos de corrupción?
Está de más decir que los buenos deseos para el año nuevo tienen todas las posibilidades del mundo de quedarse en deseos, en el optimismo inútil de los borrachos y de los rezanderos que se comen sus 12 uvas prometiendo, confiando, creyendo que las cosas que ellos mismos estropearon mejorarán por sí solas.
No sería raro que el 1 de enero, en medio del guayabo, alguno de esos culpables optimistas pereciera a manos de un civil a quien le otorgaron, “excepcionalmente”, un salvoconducto para portar una pistola.
@desdelfrio
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