The New York Times es el medio de comunicación más prestigioso del mundo. Por eso resulta obligatorio leer sus artículos, editoriales y columnas en los que mencionan a Colombia. Por eso, y porque no pocas veces -aunque sea paradójico- nos enteramos mejor y nos entendemos mejor a través de los medios extranjeros que no están contaminados por la vorágine pasional que suele apoderarse de nuestras vidas cotidianas.
El periódico compartió con sus lectores del mundo un informe acerca del resurgimiento del perverso sistema militar que exige resultados y los premia con toda clase de incentivos –que puede revivir el episodio de los llamados “falsos positivos”–.
El reportaje sobre las indebidas y peligrosas directrices de las Fuerzas Armadas es contundente, riguroso y sustentado con pruebas que no han podido ser refutadas por ningún funcionario del Estado. Curiosamente, las fuentes consultadas por el diario –todos miembros activos del Ejército– al parecer prefirieron confiar en un medio foráneo antes que en uno local, por temor a que la noticia no fuera publicada. Tendrán sus razones.
La reacción más llamativa, más irracional, más inculta y más risible ante la publicación del diario estadounidense surgió de la entraña pendenciera de la senadora María Fernanda Cabal, quien cada vez pone la vara más alta cuando de declaraciones vergonzosas se trata. La folclórica parlamentaria, presa de ira e impotencia, se atrevió a preguntarle al universo: ¿Quién es el New York Times?. Así, con el pronombre relativo equivocado, como es costumbre en su pobrísimo uso del lenguaje.
Luego, como para confirmar su inagotable torpeza, la senadora compartió una foto falsa con el fin de poner en duda la integridad del periodista Nicholas Casey, autor del artículo. Horas antes, ya había espetado que el reportero era una ficha paga de los enemigos de los héroes de la patria marchita por los comunistas.
Fiel a su estilo, el New York Times respondió mostrando pruebas, ordenando a los periodistas involucrados salir del país debido al peligro que representaba para su seguridad la irresponsabilidad de Cabal al señalarlos como mandaderos de delincuentes, y zanjando la corta disputa con un portazo respaldado por casi todo el mundo –menos por los uribistas más cabalistas–.
A pesar de la hostilidad, la sordidez y la ignorancia de personas como la senadora Cabal, los periodistas de los principales medios del mundo seguirán viniendo, seguirán preguntando, seguirán interpretando y seguirán contando lo que encuentran en este país que, no pocas veces, renuncia a contarse a sí mismo su propia historia.
Es valiosa la presencia del periodismo internacional. Valiosa y deseable. Y ninguna senadora iracunda podrá impedirla.
@desdeelfrio
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