El Heraldo
Opinión

La orden del jefe

El mensaje del embajador Whitaker fue claro: fumiguen, persigan, disparen. Porque “hay más coca, más cocaína, y punto”. 

El tono no fue el de un diplomático que vive en un país que no es el suyo, sino el de un jefe. O, mejor dicho, el de un funcionario que habla en nombre del jefe. Fue el tono de un gobernador o de un virrey que transmite una orden: fumiguen, persigan, disparen. 

En realidad, no es sorprendente que la potencia dominante les ordene cosas a los países subordinados. Así funciona el mundo. Así ha funcionado desde que existen los imperios. El fuerte le dice al débil lo que debe hacer, y el débil hace caso. 

Por esa razón, el Gobierno seguirá obedeciendo las órdenes de Estados Unidos, no por convicción -uno no sabe muy bien cuáles son las convicciones de Iván Duque-, sino por conveniencia. Un poco por la pereza que le da al Estado embarcarse en una pelea inútil por la independencia y la preservación de la dignidad, y un poco por el temor a las consecuencias de desafiar a los que mandan; ya sabemos cómo les va a los países que han optado por la autonomía: bloqueos, ostracismos, invasiones.

Resultan un tanto ingenuas, entonces, las voces de rechazo a la orden del embajador Whitaker y a los comentarios despectivos del presidente Trump contra el país y contra el presidente desconocido. Es una sorpresa cínica, una indignación postiza, una alarma insincera. 

¿Qué esperan? ¿Qué el presidente invisible haga una declaración pública en la cual exija respeto, recuerde que la coca y la cocaína son un problema porque son ilegales, enfatice en que ese problema se origina en la insaciable adicción de los estadounidenses, mande al carajo a Estados Unidos y a las órdenes abusivas del embajador con talante de virrey? 

Por lo menos, en una muestra de coherencia, algunos miembros de la ciega derecha que no han tenido reparos en manifestar su admiración por el presidente Trump y por sus políticas, decidieron guardar silencio ante las órdenes. A lo mejor porque saben que si dicen algo, aunque sea para defender a su incierto presidente, tendrían que recular en algunas de sus posturas más inamovibles: fumigar, perseguir, disparar, tres verbos que les producen un misterioso placer así hayan sido pronunciados por un señor a quien les tiene sin cuidado que ellos existan. 

Porque, no nos llamemos a engaños, a Estados Unidos no le importan las adulaciones de los políticos locales, ni las irreales voces de rechazo de quienes imaginan una vida independiente, ni las familias pobres que siembran coca porque no tienen opción, ni los muertos que produce la guerra contra el narcotráfico, ni la evidencia de que esa guerra fracasó. 

Ellos actúan como deben, como el país que da las órdenes: fumiguen, persigan disparen. Y nosotros debemos obedecer y cumplir, sin chistar y a cabalidad, nuestro destino de país subordinado. ¿Qué más vamos a hacer?

@desdeelfrio

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