El Heraldo
Opinión

La comisión de guerra

Hace un par de días vimos cómo los miembros de la Comisión de paz del Senado se insultaban unos a otros con tonos y maneras propias de la más primitiva plaza de mercado.

¡Narcoterrorista! ¡Paraco! ¡Asesino! ¡Su madre! ¡La suya! Los rostros enrojecidos. Las venas brotadas. Las manos temblorosas. Los corazones latiendo de prisa. Las voces convertidas en alaridos. Los ceños y los dientes apretados en gesto de guerra. 

‘Comisión de guerra’ debería ser el nombre de ese grupo de energúmenos que deshonran su misión de trabajar para implementar la paz, para protegerla, para consolidarla, en lugar de mancillarla con sus incontrolables pulsiones de camorreros sin escrúpulos.

Las señoras y los señores que elegimos como nuestros representantes, en lugar de darle ejemplo a un país que se debate entre su hartazgo de guerra y sus deseos de venganza, optan por exhibir sin pudores sus bajezas, sus talantes de cuchilleros, sus insoportables alharacas.

Desmoralizante, por decir lo menos, resulta el presenciar los reiterados espectáculos de esta gente impresentable que, en nombre de unos supuestos principios que nunca pueden estar por encima del interés supremo de la paz, entorpecen la realización del más importante de nuestros anhelos. 

Y lo más sombrío, lo más desesperanzador, es que, lejos de disculparse con el país por su comportamiento incivil y malvado, lo justifican de todas las formas posibles: en sus redes sociales, en los micrófonos de los medios, en los corrillos que conforman con sus amigos para cotillear sus conspiraciones, como si debiéramos premiarles su indolencia y su medianía.

Colombia no es un país conformado por la minoría que eligió a esta minoría que se insulta sin reatos, ni por la recua que los adula como dioses o libertadores. Colombia, la verdadera, está integrada por gente pobre que ha sufrido por décadas las miserias de la guerra; por viudas, huérfanos, desplazados y mutilados que no conocen de incisos ni de parágrafos, que necesitan con urgencia que sus líderes les garanticen que habrá oportunidades, esperanza, futuro, y que, sobre todas las cosas, les enseñen cómo es que se perdona, cómo es que se sale del círculo perverso de la retaliación y la violencia. 

Es claro que los senadores y senadoras de la mal llamada Comisión de paz no le prestan ningún servicio a nadie, salvo a ellos mismos. Sería decente que pidieran que los muden a otra comisión para darle paso a otros que sí quieran hacer su trabajo con mesura, sensatez y respeto por los demás. Aunque, si lo pensamos bien, la decencia es, en este caso, un valor que yace adormecido bajo los rostros enrojecidos, las manos temblorosas y los dientes apretados. 

¡Narcoterrorista! ¡Paraco! ¡Asesino!, se espetaban a gritos hace un par de días los padres de la patria. Vergüenza les debía dar, pero no les da. 

@desdeelfrio

 

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