A raíz de una etiqueta de Twitter (los usuarios profesionales de las redes insisten en nombrar a este tipo de recursos con la palabra inglesa “hashtag”) que puso de moda hace unos días el periodista Daniel Samper Ospina, surgió de nuevo el debate en torno de las razones por las cuales una tendencia minoritaria que se autoidentifica como de centro, y cuyos críticos llaman peyorativamente “los tibios”, decidieron no tomar partido por ninguna de las dos opciones que se enfrentaron en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.
El centro tibio (ellos mismos, con ingenioso sarcasmo también se llaman a sí mismos el “#TeamDelosTibios, así, en el inglés de las redes) insiste en explicar su postura argumentando, entre otras cosas, el supuesto parecido entre dos extremos nocivos, uno de ellos representado por Álvaro Uribe, y el otro por Gustavo Petro. De ahí no se mueven. No se inmutan ante las evidencias que refutan la idea de que entre ambos personajes, entre ambas posiciones ideológicas, entre ambos discursos, entre ambas visiones del mundo y del país, no existen sino diferencias, de forma y de fondo.
Pero, al tratar de explicarse, no explican nada. Comparten con los progresistas la convicción de que el uribismo es una enfermedad terrible, pero a la vez, igual que la derecha a la que dicen controvertir, sienten que Petro es una amenaza. Lo primero, lo argumentan con fluidez, ni más faltaba; lo segundo, en cambio, les cuesta, se van por las ramas, titubean, no responden con claridad las preguntas simples sobre su animadversión, apenas atinan a expresar una desconfianza intuitiva en el personaje a quien erróneamente califican como de extrema izquierda, y también en sus seguidores que con frecuencia, hay que decirlo, se comportan de la misma manera que la horda inescrupulosa e irreflexiva que apoya al expresidente sospechoso y sospechado.
He dicho que quienes conforman el equipo de los tibios (ya no más con el inglés de las redes) son una minoría; eso debería ser suficiente para desestimar la eficacia comunicativa de su mensaje ambivalente. No obstante, algunos de sus principales protagonistas son figuras públicas de notoriedad insoslayable, gente inteligente y preparada –periodistas, analistas, escritores–, de manera que, aunque son pocos, tienen un grado de influencia relativamente importante en un sector de la opinión que no quiere odiar a nadie, pero que odia a Uribe por muchas razones y, sobre todo, a Petro por ninguna.
Y mientras los defensores de la opción que fue inventada no para quedarse quietos, sino para decidir elecciones decantándose por el costado del espectro que más le conviene a un país en un momento determinado, invocan una especie de liderazgo colegiado –más bien amalgamado– en manos de políticos como López, De la Calle, Robledo y, aunque parezca una broma de mal gusto, Fajardo, el expresidente eterno, sujeto de su desprecio, rige a sus anchas, dicta la agenda, determina quién es el presidente y cómo debe gobernar, se escabulle de los procesos en su contra, mientras que Petro, el de la supuesta izquierda, a quien también desprecian (aunque algunos hayan votado por él por descarte), está a punto de ser borrado del escenario político a punta de multas impagables, sanciones administrativas que no terminan de confirmarse, negativas para reconocerle personería jurídica a su movimiento y, como es obvio, el conveniente video que logró que el país olvidase las fechorías del fiscal general.
Como están las cosas, será necesario que el #TeamDeLosTibios no solo comience a usar su lengua materna, sino que le ponga un poco más de seriedad a lo que va diciendo por ahí, tibiamente, como quien no quiere la cosa.
@desdeelfrio
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