En el caso Santrich, las altas cortes han tomado decisiones que demuestran que aún existen razones para pensar que la justicia no está al servicio del mejor postor político o económico. En contra de este gobierno ideologizado y perverso, en contra de la presión de los medios contagiados de la miopía uribista, en contra de la Fiscalía y sus extraños procedimientos, en contra, incluso, de Estados Unidos, hicieron el trabajo que debían hacer, no uno excepcional, sino el que les correspondía realizar, ciñéndose con estricta diligencia a los preceptos de la Constitución.
Esas medidas, que tienen hoy al exguerrillero en libertad y ejerciendo sus funciones como congresista, demuestran que la impopularidad de los fallos judiciales no es más importante que la preservación de la palabra empeñada por el Estado en los acuerdos de paz, que la defensa de la presunción de inocencia como uno de los pilares del estado de Derecho, que la independencia de los poderes públicos.
Como era predecible, la derecha -encabezada por el presidente- no tardó en proclamar la culpabilidad de Santrich, adelantándose con ello a cualquier fallo judicial; Duque afirmó, con el correspondiente tono de adolescente embravecido, que el imputado es un mafioso, y punto, porque él lo cree, porque él lo dice, no importa que el juicio ni siquiera hubiese comenzado.
Las declaraciones de la persona que en mala hora elegimos para que nos gobernara fueron secundadas por los secuaces de su líder -el compañero en el congreso del investigado excombatiente, quien, como él, es sujeto procesal en varios casos penales-, invocando una indignación pocas veces vista en una corporación plagada de sospechosos de toda clase de delitos.
Este alboroto fue apoyado de manera sorprendente por la bancada del partido Alianza Verde, una colectividad relativamente nueva que ha tratado de convencer a sus votantes de que representan a la vanguardia política, a la renovación de las viejas maneras de entender al país y al mundo, a los quijotes de las instituciones, al “centro”, cualquier cosa que eso pueda significar.
Los vimos exhibiendo unos cartelitos en los que se leía: “Defendemos la paz. No a Santrich”. ¿Qué significa esta sentencia? Quiere decir, ni más ni menos, que los verdes también, como sus inesperados aliados del uribismo en esta cruzada, no quieren esperar el fallo de la Corte Suprema de Justicia, y que para ellos Santrich es culpable, y punto, porque ellos lo creen, porque ellos lo dicen.
A los viejos enemigos de las instituciones democráticas, y también a los nuevos, hay que recordarles que en Colombia ninguna persona es culpable de un crimen hasta que un tribunal lo diga en una corte. Si Santrich es condenado por su juez natural, pagará con la cárcel, y seguramente con la extradición, por sus crímenes. Pero solo en ese momento y no antes, no cuando el presidente o sus compañeros de corporación lo digan. Mientras eso no ocurra, tendrán que convivir con él en el Congreso, tal como han hecho con las decenas de sospechosos que van a calentar sus curules en la más absoluta impunidad.
@desdeelfrio
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