Es muy raro que la gente se acuerde del número telefónico de sus allegados, y menos el de las entidades. No se ve para qué, si todos esos datos se pueden guardar en la memoria de los aparatos electrónicos. Se aduce que no hay razón tampoco para aprenderse fechas ni acontecimientos históricos, si todo está en Wikipedia, a la que se entra con un clic en el teléfono móvil. Decimos “base de datos”, que lo contiene todo, como un referente de las maravillas de la tecnología digital.
No hablemos de esa otra recordación de versos, y hasta poemas enteros, que antes se declamaban sin titubear. Pese a todo, una vez me sorprendió un niño de tres años cantando: “Y la iguana tomaba café, tomaba café, a la hora del té”. Se sabía la canción, y otras, de memoria. Desde hace varias décadas, se volvió axioma aprender solo con la lógica, y no con la memoria, durante el proceso educativo. Falso. Son conocidos los diálogos en los que Platón, -el mismo Platón de hace dos mil años-, menciona, describe, exalta la Memoria. Empezando por Mnemósine, que es una diosa, representación mítica de la memoria. Dice Platón, en boca de Sócrates, que en nuestras almas hay unas tablillas de cera, cuya dureza es mayor en unos individuos que en otros. Cuando la cera es abundante, profunda y lisa, lo que se graba en ella se hace con suficiente nitidez y profundidad, como para ser duradero. Esta clase de individuos tienen facilidad de aprender, poseen buena memoria y sus opiniones son verdaderas –qué bien dicho-. Ya podemos deducir lo que escribe de quienes tienen la cera blanda o demasiado dura. Los olvidadizos.
A mí esa metáfora de la cera de las tablillas, para mostrarnos cómo funciona la memoria, y el valor que tiene en el aprendizaje, me parece fuera de serie. Además tiene lógica. Sócrates era el sembrador del discurso lógico, del que tanto se burló el comediógrafo Aristófanes. No hay pelea entonces entre lógica y memoria. Solo que en la actualidad hemos relegado a un segundo plano la memorización, hasta el punto de que la hemos confiado a los dispositivos electrónicos, corriendo el riesgo de volvernos olvidadizos ya no solo de un dato cualquiera, sino, lo que es peor, de conocimientos muy valiosos para nosotros mismos que van quedando en el olvido. Práctica, muy expandida en nuestros días, cuando la misma identidad de uno se puede olvidar, si uno se descuida. El extremo sería el Alzheimer.
La historia de la humanidad es abundante en ejemplos de cultivo de la memoria. Los primeros libros de la Biblia, por mencionar algunos, fueron escritos siglos después de sucedido lo que cuentan, gracias a la memoria de las tradiciones orales que conservaron párrafos enteros de sus historias. Igualmente pasó con la Ilíada de Homero, o los Homeros que la escribieron, ejemplo del culto de los aedas a la recordación de gestas heroicas como la de Troya. Tener memoria viva de nuestro pasado común, y del individual, qué hermosa y útil forma de no reducirnos en vida al olvido que seremos.
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