De joven uno es un soñador. Tiene que ser así. Se tiene todo el mundo por delante. No hay barreras visibles y las que se vislumbran, se convierten en retos. Hay que soñar, claro está, pero también atreverse a entender, a usar la razón, como escribió el filósofo Emmanuel Kant.
En este momento del país, no basta con que la juventud salga a las calles a marchar por lo suyo, por la educación, por su futuro, sino que es indispensable ponerse a dialogar con la razón. Y el diálogo, que es un proceso de doble vía, implica escucharse y tratar de entenderse. Ayer como hoy, y en países como el nuestro donde la pobreza sigue pesando en un porcentaje alto de la población, la financiación de la educación es un problema central. No es un tema exclusivo de las universidades públicas, porque quiérase o no, la educación de cada estudiante tiene un costo, que en las instituciones públicas debe ser asumido por el Estado, y en las privadas por los particulares, que lo pagan con grandes sacrificios familiares, como también individuales : cuando un estudiante se gradúa tiene que amortizar las deudas de los créditos con los bancos o con el Icetex. Aunque no es un problema de ahora sino que viene de años atrás, gran parte del inconformismo de los estudiantes de hoy se debe al tamaño de las deudas. Pero también a la falta de oportunidades.
En el caso de la educación pública, y en particular de las universidades, el presupuesto arrastra un faltante considerable para el funcionamiento y para las inversiones. Con cada gobierno se vuelve a presentar el contratiempo. Se hacen ajustes, pero nunca se alcanza, en el plazo de cada mandato, a solucionar el déficit- yo viví por muchos años como rector de universidad ese drama nacional-. Se entiende entonces el malestar. Porque ese faltante afecta no solo el funcionamiento sino la calidad de la educación, que es uno de los puntos claves del problema, junto con la formación adecuada de los profesores, la adquisición de nuevas tecnologías, el aumento de la capacidad de investigación científica, los procesos pedagógicos. En la actual circunstancia, no se ha profundizado lo suficiente en el ineludible imperativo de la calidad, que debe ser el sello de una educación moderna y competitiva.
Una acertada política educativa es la que ofrece ahora el Ministerio de Educación con la posibilidad de que los estudiantes se gradúen de bachilleres y técnicos a la vez. Deberá implantarse la de que podrán ser también tecnólogos. Sin lugar a duda, hay que afrontar una vez más el problema económico de las instituciones como también el de quienes se educan. El Estado deberá seguir ofreciendo más oportunidades de estudio a los jóvenes, porque los estudiantes no pueden dejar de soñar por un futuro mejor, pero que sea buscando tanto el acceso más equitativo como la mayor calidad de la educación que reciben, porque a los jóvenes les corresponde también construirla. Hay que escucharse y entenderse de manera pacífica y constructiva.
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