La violencia de las armas
Los películas del viejo Oeste estadounidense, a las que estamos acostumbrados a ver desde tiempos inmemoriales, no se pueden imaginar sin pistolas humeantes, vaqueros que las apagan con un soplo de sobradez, indios que salen huyendo tras haber atacado con flechas, bares y cantinas donde no hay uno solo de los machos que están dentro tomándose unos tragos sin una o dos pistolas al cinto, y mujeres con faldas anchas y coloridas que compiten como fieras con los hombres.
Un estruendo me sacó asustado de la modorra en que estaba en la cama. Me asomé a la puerta del cuarto y vi que en la sala dos soldados jóvenes se habían levantado aturdidos de las mecedoras con sus fusiles. En el corredor de la casa, separada de la sala por un cancel, estaba sentada como siempre mi tía Petra rezando en silencio el rosario. No se había dado cuenta de que al lado derecho de su estómago brotaba un hilo de sangre. No hubo tiempo de socorrerla y murió.
¿Qué había sucedido? Los soldados habían llegado a la casa a decirle a mi mamá que les habían contado en el pueblo que una señora de apellido Bayona vivía no muy lejos del cuartel en donde se encontraban de paso. Podrían ser familiares porque uno de ellos llevaba el mismo apellido. Fueron a visitarnos sin pensar en la mala hora que nos esperaba a todos : se habían sentado con los fusiles sobre las piernas y en medio de la conversación la mano de uno de ellos había disparado el fusil que estaba sin el seguro puesto. La confusión, los gritos, el llanto se desbordaron. Los muchachos no tenían la culpa, pero se sintieron culpables, y lo que iba a ser un encuentro de regocijo familiar, acabó en un velorio que nadie se imaginaba.
Me ha venido a la memoria el triste accidente familiar leyendo detalles del disparo mortal que efectivamente salió del revólver, evidencia irrefutable, que el actor Alec Baldwin portaba durante el rodaje de una escena de la película Rust, matando a la directora de fotografía Halyna Hutchins hace unos días. La noticia le ha dado la vuelta al mundo creando conmoción como también interminables interrogantes. Se han tejido toda clase de hipótesis, sin que ninguna de ellas haya dado hasta el momento en que escribo esta columna con el responsable del disparo asesino, pese a que se supone que el arma estaba cargada con balas de salva. Ese dato no importa. El sheriff ha sido implacable y ha exclamado que todos los que estaban ahí son sospechosos hasta dar con el culpable.
Los películas del viejo Oeste estadounidense, a las que estamos acostumbrados a ver desde tiempos inmemoriales, no se pueden imaginar sin pistolas humeantes, vaqueros que las apagan con un soplo de sobradez, indios que salen huyendo tras haber atacado con flechas, bares y cantinas donde no hay uno solo de los machos que están dentro tomándose unos tragos sin una o dos pistolas al cinto, y mujeres con faldas anchas y coloridas que compiten como fieras con los hombres. Tiene que haber tiroteos muchos tiroteos, y muertos que caen como moscas para que las películas del Oeste sean dignas de ese nombre. La memoria está llena de nombres como el de John Ford, director de incontables películas, pasando por las del humor negro de Quentin Tarantino, las de Sergio Leone, parodias con música exquisita del inolvidable Ennio Morricone. Pero a pesar de los realizadores que han ridiculizado al género, las películas del Oeste dejaban una imagen subyacente de violencia épica, como si la hubiera. Hasta que llegó la mala hora del cine con revólveres que Baldwin está padeciendo.
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