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La ruta de la seda

Los romanos del siglo I de nuestra era, que es como decir los italianos, pues en la práctica Roma era Italia, estaban acostumbrados a ver a sus mujeres luciendo prendas de seda. El historiado Plinio el Viejo escribió hacia el año 77 d.C. que “las doncellas romanas hacen alarde de su vestimenta transparente en público”. Por tanto, ya conocían las telas de seda provenientes, además, de un Oriente lejano, “de una región distante del globo”.

Llama la atención que Plinio anota con enfado que el lujo de las vestimentas de seda femeninas le cuesta al Imperio cien millones de sestercios, moneda romana. Un dineral que lo escandaliza, mucho más que los vestidos fueran transparentes. ¿Sabía el historiador, y sus contemporáneos, que la seda provenía de la actual China? No es seguro. Plinio menciona la península arábiga, tierra de paso; luego, más allá, la India, para terminar refiriéndose a la región de los “Seres”, un pueblo habitante de la China occidental, según sabemos hoy. Los “Seres” eran intermediarios en el comercio de la seda que pasaba luego a manos de diferentes mercaderes en la ruta que iba desde Oriente hasta Bizancio, la actual Estambul, y de ahí al sur y norte de Italia. En el camino había de todo, -guerrilleros, matones, contrabandistas- enemigos acérrimos de los romanos. No dejaban pasar, desde 200 años antes de la época de Plinio, ninguna mercancía  de un lado a otro, a menos que se les pagara el peaje Si no, no se entendería cómo llegaba la seda a los romanos.

Es cierto que hasta el siglo XIX un alemán fue el que  llamó a ese largo y tortuoso camino “La Ruta de la Seda”, pero para no complicar las cosas uno lo designa con ese nombre hasta las épocas más antiguas de la humanidad. Lo terrible es que la historia de esa ruta también abarca el tránsito de enfermedades y plagas. Cuando la “Peste Negra” apareció en Europa en el siglo XIV, matando un tercio de su población, –hasta desaparecer en el siglo XIX-, se pensaba de manera imprecisa que la peste venía de Asia. Pero solo en 1894 se supo cuál era la bacteria que la transmitía y se ubicó su origen en China. En 1970 se la denominó científicamente Yersinia pestis, en honor a uno de sus descubridores, Alexander Yersin.

Sin ignorar la diatriba de Mario Vargas Llosa, publicada en los medios contra el régimen político actual de China, y la responsabilidad que le atribuye en la expansión del Covid-19, uno puede remontarse más atrás en la historia para entender algo. Pestes como la bubónica,- otro nombre de la peste negra-, provenían de la provincia de Hong Kong bajo los regímenes de las dinastías Yuan, y luego Ming, ambas muy autoritarias. La inquietud que queda, entre otras muchas, es que los propagadores son humanos que van y vienen en barcos, por tierra y en aviones, como es el caso aún sin esclarecer : un par de turistas chinos o probablemente un comerciante de Piacenza, llegado de China, les pegaron la peste de ahora a personas que hablaron con ellos. Falta mucho por saber.

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