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La marcha del silencio

La democracia debe subirle el tono al debate con argumentos y acabar con el de la agresión, porque si no, nos tocará a los ciudadanos, creyentes o no, refugiarnos únicamente en el silencio de esa otra oración que es personal en busca de energías más sólidas para resistir.

Marchamos en silencio para desbloquear el corazón, la palabra, las manos” clamaban el martes 24 en la pasada “Marcha del silencio” en Cali. La ciudad más poblada y con mayor actividad económica del suroccidente colombiano envió un mensaje de paz y resistencia cuando tememos caer en al abismo si esto sigue como va. Un dato que me llamó la atención, según leí en el periódico caleño El País, es que los marchantes, más de cinco mil, iban vestidos con camisas blancas y portaban banderas de Cali y Colombia, en rechazo a la violencia, el vandalismo y los bloqueos viales que han golpeado a la ciudad. Había toda clase de personas: jóvenes, empresarios, artistas, miembros de gremios y ciudadanos rasos.

La marcha del silencio de los caleños me hizo recordar la que con el mismo nombre convocó Jorge Eliécer Gaitán el 7 de febrero de 1948, dos  meses antes de su asesinato. Impresionante movilización de cien mil personas, en una Bogotá de 500 mil habitantes. Cuando la marcha llegó a la Plaza de Bolívar, sus participantes escucharon a Gaitán cuando pronunció un discurso, dicho con su voz vibrante que todavía resuena en los audios y videos de la época: “Señor Presidente, —le decía a Mariano Ospina Pérez—, os pedimos cosa sencilla para la cual están de más los discursos… Señor Presidente, os pedimos pequeña y grande cosa,  que las luchas políticas se desarrollen por el cauce de la institucionalidad”. Y con palabras premonitorias de su muerte, el 9 de abril,  dijo en la misma Plaza: “Somos capaces, Señor Presidente, de sacrificar nuestras vidas para salvar la tranquilidad y la paz y la libertad de Colombia”. 

El tono de moderación, palabras conmovidas y su contenido darían para un análisis de cómo han cambiado de entonces hasta hoy las formas de ejercer presión política en las calles mediante la movilización de los ciudadanos. Pero la marcha de Cali el martes pasado devuelve las esperanzas de que sin amenazas ni consecuentes vandalismos, se pueda volver a la paz perdida y a las libertades recortadas que ahora padecemos gran parte de los colombianos que rechazamos la violencia y los bloqueos.

“Oración por la Paz” se llamó a las palabras de Gaitán: ya no fue el tono ni el contenido solos, sino el significado que le dio la historia a lo que era más una súplica, un pedido, una solicitud como “cosa sencilla” elevada a los poderes públicos. Oración, inmensa y humilde palabra, que se refiere a los discursos políticos, pronunciados con vigor pero con respeto que ha sido ya olvidado, si no proscrito, de los recintos que en otra época estimábamos sagrados por representar a la nación y al pueblo, que son el asiento de la soberanía, al contrario del bochornoso espectáculo que tuvo lugar en la Cámara de Representantes el lunes pasado, transmitido por televisión.

La democracia debe subirle el tono al debate con argumentos y acabar con el de la agresión, porque si no, nos tocará a los ciudadanos, creyentes o no, refugiarnos únicamente en el silencio de esa otra oración que es personal en busca de energías más sólidas para resistir.

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