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Eliminar al otro según Stalin

Eran unos solitarios en el poder porque eso los beneficiaba. Con Arendt concuerdan pensadores que juzgan las purgas que hizo Stalin como factor de debilitamiento de la recuperación económica rusa de la postguerra por falta de recursos humanos calificados que fueron eliminados en los campos de concentración. La soledad del dictador que García Márquez describió magistralmente en El Otoño del patriarca sería una fábula caribeña que Stalin personificó en Rusia.

Eliminar política y físicamente a todo el que se interponga en el camino es práctica antiquísima en la historia de los dictadores. Ese principio perverso fue mencionado en las noticias internacionales que el pasado 5 de marzo recordaron el 70 aniversario de la muerte del dictador ruso Iósif Stalin, llamado el “padrecito de acero”, quien aplicó con habilidad maquiavélica la fórmula de la eliminación del adversario para mantenerse en el poder absoluto de la Unión Soviética como efectivamente lo logró por 30 años hasta su fallecimiento.

Cuando la revolución bolchevique destronó al Zar Nicolás II en 1917, el pequeño dirigente de origen campesino de Georgia que era Stalin llegó al cargo de comisario de las nacionalidades y era miembro de comité central bolchevique al lado de los grandes líderes como León Trotski y Grégori Zinoviev, y del mismo Lenin que lo presidía. Poco a poco, con paciencia, fue escalando posiciones hasta ser nombrado en 1921, terminada la Primera Guerra Mundial, secretario general del Partido Comunista, en abierto conflicto con Trostki, al que ordenó perseguir por el mundo y asesinar en México, y por supuesto después de haber depuesto y purgado al mismo Zinoviev, bolchevique del grupo originario. Desde la muerte de Lenin en 1924, Stalin se impuso implacablemente sobre sus adversarios políticos para ganarse el cargo de Jefe de Estado que mantuvo con autoritarismo indiscutible hasta su muerte en 1953.

La filósofa política, de origen judío, Hannah Arendt, afirma en Los orígenes del totalitarismo que los dictadores totalitarios no solo afianzan un absoluto monopolio del poder sino que también se aseguran de  su completa independencia respecto de todos sus inferiores. Más aún, multiplican los organismos de la administración que obstaculizan la productividad impartiendo órdenes contradictorias que retrasan el trabajo real de los subalternos. Poniendo a Hitler y Stalin como ejemplos del totalitarismo, la pensadora judía afirma que ambos dictadores degradaban y ascendían constantemente a los funcionarios haciendo imposible el trabajo en equipo. Eran unos solitarios en el poder porque eso los beneficiaba. Con Arendt concuerdan pensadores que juzgan las purgas que hizo Stalin como factor de debilitamiento de la recuperación económica rusa de la postguerra por falta de recursos humanos calificados que fueron eliminados en los campos de concentración. La soledad del dictador que García Márquez describió magistralmente en El Otoño del patriarca sería una fábula caribeña que Stalin personificó en Rusia.

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