El Heraldo
Opinión

El feminismo de Elizabeth

 El rechazo de Isabel I al matrimonio es materia ineludible en las biografías sobre ella, incluyendo la perspectiva feminista que Susan Bassnet abordó hace más de veinte años al considerar que Isabel es un modelo para las generaciones feministas del futuro al no permitir que el contexto social determinara lo que podía hacer o no como mujer.

Isabel I de Inglaterra (1533-1603) mantuvo en vilo a su reino y al parlamento por su negativa a contraer matrimonio y por ende a darles un sucesor nacido de su vientre. Murió dejando la corona a su sobrino Jacobo VI de Escocia, que era nada menos que hijo de su rival la reina escocesa María Estuardo. La interminable y angustiada pregunta que se hicieron sus súbditos durante los largos años que duró su reinado fue “cuándo se va a casar la reina y darnos un sucesor”. Se trataba de un asunto no solo de sucesión de los Tudor sino también de identidad nacional.

Debido a esa soltería voluntaria la llamaron “la reina virgen”, sin que ello quiera decir que por ser célibe no hubiera tenido vida sexual. Es muy difícil saber sobre su intimidad porque fue muy celosa de su vida privada, aunque se conocía quiénes eran sus favoritos, lo que es obvio en una corte real donde todo se sabía y se rumoraba hasta el detalle sobre la vida del monarca. El rechazo de Isabel I al matrimonio es materia ineludible en las biografías sobre ella, incluyendo la perspectiva feminista que Susan Bassnet abordó hace más de veinte años al considerar que Isabel es un modelo para las generaciones feministas del futuro al no permitir que el contexto social determinara lo que podía hacer o no como mujer. Aunque no hay consenso entre los estudiosos sobre la tesis de Bassnet, lo cierto es que Isabel tenía sus razones para no doblegarse al contexto histórico pero lo hacía pensando que si se casaba con un súbdito inglés, el consorte iba a querer compartir el poder conjuntamente con ella, lo que era inaceptable dada su personalidad independiente en la conducción del gobierno. Isabel había heredado el carácter absolutista de su padre Enrique VIII. De hecho, tomaba muchas decisiones en contra del parecer de su consejo privado y de sus ministros, aun de los favoritos como el corsario Walter Raleigh o el conde de Leicester, Robert Dudley, su eterno enamorado, de quien se decía que era su amante. Además, la opción de casarse con un príncipe foráneo le disgustaba. Le parecía que era ceder el reino de Inglaterra a un monarca extranjero en un tiempo en que las alianzas matrimoniales entre dinastías de diferentes reinos se entendían como una forma de ganar territorios expandiendo el propio, e incluso pensaba que quien saldría perdiendo iba a ser Inglaterra teniendo la reina un consorte extranjero ávido de poder. “Inglaterra es mi único esposo”, fue una de sus frases predilectas. Esa entrega absoluta a su pueblo le dio réditos en popularidad e inmortalizó su figura. 

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