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Opinión

El asedio a Kiev

La liberación actual, llamada como tal por Putin, es una invasión unilateral y arbitraria a la que se le ha dado el nombre de libertad de las dos regiones separatistas de Donetsk y Luganks que supuestamente legitiman la ocupación a sangre y fuego ordenada por el mandatario ruso. 

En los días previos a la terminación de la Segunda Guerra Mundial, los soldados del Ejército Rojo de Stalin se tomaron la capital de Hungría bloque por bloque, calle por calle, enfrentando a lo que quedaba del ejército nazi en retirada. Bajo el torrente del tiroteo infernal, una joven húngara lleva a cuestas a su padre enfermo buscando un refugio subterráneo donde lo deja a salvo. Cruza la calle, y desde el edificio de enfrente observa el movimiento de las tropas, el terror de las bombas que explotan, los gritos angustiosos de la población civil, en suma la caída de Budapest en medio de un baño de sangre.

El autor de la narración que describe los hechos que vivió fue el escritor húngaro Sándor Márai, quien le puso a la novela el título Liberación, mezcla de ironía y escepticismo. Durante largas semanas de asedio a la ciudad, los húngaros que esperaban la llegada de los soviéticos como si fueran los salvadores de su catástrofe, se llevaron una tremenda desilusión con lo que siguió. Al poco tiempo, el país, y la mayoría del este de Europa, cayó bajo el control atenazador de otro dictador cruel y criminal pero quizás más solapado que el líder nazi que vociferaba desde Berlín sus ansias de dominio mundial. 

En efecto, el ruso Josef Stalin “liberó” a los pueblos que se encontraban bajo el yugo nazi al este de Alemania para someterlos a cambio a un régimen totalitario y represor de las libertades –¿no es lo mismo?- que duró cerca de 50 años hasta la caída del muro de Berlín en 1991 que acabó de tumbar lo que llamaban la Cortina de Hierro. Al volver a leer ahora fragmentos de Liberación es inevitable pensar en la devastación que está cayendo sobre Ucrania, la toma paulatina del país, el cerco de su capital Kiev, el sufrimiento de la población, las familias desplazadas que huyen con lo que han podido llevarse hacia las fronteras con Polonia, Moldavia, Rumania y otros países en busca de refugio. Las noticias en tiempo real dan cuenta minuto a minuto de esta tragedia colectiva como si uno estuviera viendo desde el otro lado de la calle como lo hacía la heroína de la novela de Márai. Las circunstancias son diferentes: en 1945 los ejércitos aliados de Estados Unidos y de Rusia estaban poniéndole un cerco a Hitler y a sus ejércitos, en una operación de auténtica liberación de común acuerdo entre países del este y oeste de Europa contra el régimen nazi. La liberación actual, llamada como tal por Putin, es una invasión unilateral y arbitraria a la que se le ha dado el nombre de libertad de las dos regiones separatistas de Donetsk y Luganks que supuestamente legitiman la ocupación a sangre y fuego ordenada por el mandatario ruso. 

Al terminar la novela, Márai cuenta que Budapest en llamas fue finalmente tomada por los rusos. La joven húngara vio a un soldado a caballo que avanzaba con indiferencia como si en vez de hallarse en otro país, cabalgara por la orilla de un río de Rusia durante una partida de caza matinal. Mientras el soldado la observa, arrogante, ella se pregunta: ¿me han liberado? ¿Qué haré con esta libertad? 

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