El Heraldo
Opinión

Cien años de El Prado

¿Qué tiene un barrio para que uno lo considere un punto de referencia en la vida?

Chinatown es un barrio representativo de Nueva York y Londres. ¿Pero cómo no recordar que Roman Polanski le puso ese nombre a una de sus mejores películas? Algo parecido sucede con Palermo, barrio de la infancia de Borges, al que el poeta alude reiteradamente en “Fervor de Buenos Aires”. En Barranquilla se encuentra El Prado, pero nuestra memoria es frágil, en ocasiones frívola, y no solemos darle el puesto que se merece en nuestros recuerdos.

Pero el barrio tuvo a Cepeda Samudio, a Obregón, a Fuenmayor, entre otros,  que vivieron en él. Álvaro en la casa de la esquina norte del Parque Santander, y Alejandro en “La Perla”, al frente del Museo del Atlántico. ¿Qué tiene un barrio para que uno lo considere un punto de referencia en la vida? El novelista turco Orhan Pamuk cuenta que el barrio de su infancia en Estambul fue residencia de Visires y Bajás, en tiempos del Imperio Otomano, pero que cuando llegó la República en 1923, sus caserones empezaron a vaciarse, a arder y a hundirse por el descuido. Sin embargo, anota que el destino de su ciudad es el suyo, y que aprendió a quererlo, por encima de la destrucción y la amargura. Ése es el referente de Pamuk, que al hablar con dureza del lugar, asume su pasado como parte indefectible de su vida.

Lo que dice Pamuk es inspirador para celebrar los cien años del barrio El Prado. He vivido por mucho tiempo en este lugar, que es un ícono de Barranquilla, de su progreso, de su arquitectura, de su primera y moderna urbanización. Las fotos de entonces, que se conservan en el archivo Parrish de la Universidad del Norte, son imágenes fijas que pueden superponerse a las que uno recibe hoy cuando pasa por lo que queda de las quintas, avenidas, calles y parques de ese sector de Barranquilla, que aun hoy día han sobrevivido a la dejadez, pero que todavía son testigos de esa década de los años de 1920 que debería estar toda en pie, entera, para que el futuro de la ciudad no sea inferior a su pasado. Por lo menos en lo que se refiere a sus avenidas amplias, bulevares arborizados, calles y casas con jardines y antejardines que los caminantes pueden disfrutar y no solo sus propietarios, encerrados ahora en torres de apartamentos, casi sin conexión con el exterior.

En estos días, de poco tráfico vehicular debido a la cuarentena, cuando las calles de la ciudad semejan avenidas, los transeúntes podemos mirar despacio el mural de Obregón, “Tierra, mar y aire”, hecho en mosaico colorido, como los del arte bizantino, y se da de golpe esa iluminación que necesitamos para apreciar una obra de arte público. El mural, que cubre una parte de la fachada del edificio Mezhari, carrera 53 con calle 76, queda al aire libre, expuesto a la intemperie, para que uno lo pueda contemplar y gozar, sin afanes, al ritmo del tiempo que ahora transcurre con lentitud. A quienes piensan que esa época del esplendor del Barrio El Prado es cosa del pasado, conviene recordarles que si seguimos pensando de esa manera, perderemos hasta la noción de quiénes somos y de dónde venimos los habitantes del Caribe.

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