El Código de Policía es un manual de vigilancia y castigo de los cuerpos de los colombianos, pero su intervención dominante impacta más a unos que a otros. El cliente de un prestigioso bar, o el socio de un pomposo club social de la ciudad, no está en riesgo de ser multado. Esta inquisitiva ley no es igual para todos. La señora que vende en una esquina almuerzos empacados en una caja de icopor no tiene como cliente al dueño de la empresa, sino al obrero. El pueblo que vive de la informalidad, en un país sin empleo, se criminaliza a través de este código punitivo. También intenta criminalizar al mismo pueblo que consume esa venta callejera, como si acaso se tratara del eslabón de una cadena delictiva.
Una policía que protagoniza innumerables abusos, ahora es la encargada de corregir hasta el ritmo y la velocidad con la que andan nuestros cuerpos. En Tunja un hombre fue sancionado por correr en la terminal de transportes y en Bogotá le pusieron un comparendo a un ingeniero por correr desde la estación de Transmilenio hacia su oficina. El Código de Policía es un instrumento que respalda con el marco teórico de una norma todas las conductas abusivas de los uniformados. Esos abusos están guiados por los prejuicios y se administran al gusto de la autoridad de turno. Esta arbitrariedad, sin embargo, es operativa y cumple a cabalidad una función de higienización de las ciudades, tan acorde con el modelo de desarrollo hegemónico. Es decir, no es tan arbitraria. Más bien es una suerte de “limpieza social” del desorden y el caos, es el arma para controlar y eliminar los cuerpos mal puestos, los que revelan las condiciones populares, los cuerpos que evidencian la necesidad, la incertidumbre de ganarse el día, de estar en la juega, de resolverlo.
Cuando empezaron a poner los primeros comparendos a vendedores de empanadas, algunos defendieron la gastronomía popular tradicional. La semana pasada se le puso un comparendo a una mujer palenquera vendedora de frutas en el centro histórico de Cartagena y algunos pensaron que había que defender el patrimonio inmaterial. Este es el camino rápido y recursivo para armar una defensa, pero lo que encarna el Código de Policía va más allá de las manifestaciones tradicionales o de aquellas que tienen el estatus de patrimonio. Es un intento de controlarlo todo –óigase bien, todo– y convertir las calles en un set de gente bien comportada que camina a un mismo ritmo y simula una masa uniforme. La marcha represiva de los martillos de Pink Floyd camina por las calles de las ciudades colombianas y encarna el poder alienador que nos somete. Es la antítesis de las libertades conquistadas con la Constitución del 91, es un ejercicio de dominación y control que le dice a la gente “¿Estás desempleado? ¿No tienes trabajo?, pues muérete de hambre”. Pero muérete donde nadie te vea y donde no alteres el orden público –y la estética de la ciudad “desarrollada” y moderna que pretendemos– mientras sufres.
No cantes, no grites, no corras, no comas, no vendas, no me lleves la contraria.
javierortizcass@yahoo.com
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