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Opinión

Desgarro

Es mentira. Los gritos de dolor del hijo de María del Pilar Hurtado, asesinada el pasado viernes por sicarios en un barrio pobre de Tierralta  en el sur de Córdoba, no representan el dolor de todos los colombianos. Debería ser así, pero aquí eso no ocurre. Se nos olvidarán rápido. No aguantará un gol de la selección Colombia de fútbol hoy. A lo sumo quedará como una cifra más en los registros de los que sólo unos cuantos están pendientes.

En esa tierra la violencia se instaló hace rato y, pese a todo, nunca se ha ido. Que el miedo y la naturalización de la muerte se respira pesadamente, lo demuestra precisamente la escena de su pequeño hijo llorando frente al cadáver. Lo que uno ve es más desgarrador que sus gritos: El niño grita de dolor, manotea, zapatea el polvo con sus pies, sigue gritando, golpea con sus manos una improvisada pared hecha de latas de zinc, sigue gritando. Nadie de los presentes –por lo menos en el tiempo que dura el video que circula en las redes–, se acerca a consolarlo, a darle un abrazo, a tratar de calmarlo. Ni siquiera lo miran con atención. Varios observan el cadáver de María del Pilar tendido en el suelo, otros ni siquiera se atreven a mirarlo y algunos pasan sin detenerse, aparentado tranquilidad. Se teme, se teme mucho y nadie quiere hacer el mínimo gesto que demuestre algún grado de compromiso y cercanía con las víctimas de lo que allí acaba de ocurrir. Es el temor de los que saben –siempre lo han sabido– de donde vienen las balas. La única opción que les ha quedado ante la atrocidad es seguir como si nada pasara. Seguir… a comprar la leche, dejar el caballo pastando en el potrero, vender los bollos, conducir la mototaxi, vender la rifa, ordeñar las vacas... Ni siquiera es una estrategia de duelo, es simple sobrevivencia: evitar que las próximas balas sean para ellos.  

Pero otros deberían tener la responsabilidad política y ética de no actuar como si no ocurriera nada. La negación no puede ser una opción oficial. Con inusitada celeridad, las autoridades municipales de Tierralta, junto al jefe de la Sijin, basados en la denuncia y las declaraciones del marido, dijeron a través de un comunicado que María del Pilar no era una líder social ni una de las personas a las que se referían en un panfleto de las llamadas Autodefensas Gaitanistas de Colombia. ¿Qué querían? ¿Qué el marido saliera corriendo a decir quiénes habían sido y ponerse una lápida en el cuello? ¿Quién inventó la clasificación de lo que es una lideresa social? ¿Por qué no se fijan, por ejemplo, en que el marido de María del Pilar también dijo en sus declaraciones que ella había marcado un lote en un terreno que al parecer está en disputa? ¿No dice el panfleto que declararían objetivos militares a quienes promovieran invasiones en Tierralta? Tal parece que es la oficialidad la que quiere desviar la atención de un caso que está dentro de las lógicas de muerte que, lastimosamente, se han vuelto tradición en muchas partes del país.

Aquí el olvido también es tradición. Bastará un gol de Duván Zapata, para ahogar el grito de dolor del pequeño hijo de María del Pilar.

javierortizcass@yahoo.com  

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