Si un congresista, o asesor de congresista, lee esta columna sobre el proyecto presentado a la Cámara “para preservar la información sometida a reserva”, ampliaría la información del proponente con estos datos. Son de personas conocedoras que han estudiado y escrito sobre la “información reservada”.
Encuentro en Norberto Bobbio que los regímenes autoritarios y los democráticos se diferencian por el manejo que le dan a la información.
Para un gobernante demócrata es un modelo la Atenas de Pericles, centrado en su ágora, lugar en donde el pueblo conocía propuestas, denunciaba abusos, acusaba y escuchaba el pro y la contra de los asuntos de interés público; esto ocurría bajo la convicción de que el gobierno en democracia “Es el gobierno del poder visible”, que es el de los elegidos y el de los electores.
En 1799 el obispo de Vico se preguntó: “¿No hay nada secreto en el gobierno democrático?” y respondió con plena conciencia democrática: “Todas las actividades de los gobernantes deben ser conocidas por el pueblo soberano, excepto alguna medida de seguridad pública que, una vez pasado el peligro, debe hacerse conocer.” (Cita de Bobbio, 97).
Así, pues, “La publicidad es la regla y el secreto la excepción”, concluye este autor.
O sea que el número de tanques o de soldados en armas son secretos militares; pero las políticas sobre intercambio humanitario, o los desfalcos del ejército, o los falsos positivos son hechos que deben hacerse públicos. “El carácter público del poder, entendido como no secreto, es uno de los criterios para distinguir el Estado constitucional del Estado absoluto”.
Y este es el otro dato: el Estado autoritario se caracteriza por ser enemigo de la información. El dictador ama el secreto como otro de los instrumentos del poder y como generador de poder en sí mismo.
Escucho la voz de Giovanni Sartori que describe: “En el sistema totalitario se habla con una sola voz, la del régimen, los instrumentos de socialización son de propaganda del Estado que se preserva como un mundo cerrado”. Allí, agrega,“El secreto de Estado no es la excepción sino la regla; las grandes decisiones deben ser tomadas lejos de las miradas indiscretas del público”.
El mismo autor distingue entre el poder que se oculta y el poder que oculta, que es el caso del congresista y de su proyecto: un instrumento para ocultar. En efecto, el uso del secreto es la más siniestra de las prácticas de los regímenes autocráticos.
Y en este caso, ¿qué se quiere ocultar? ¿Los abusos de las Fuerzas Armadas? ¿La corrupción en el poder? A estas preguntas y a las acusaciones implicadas en ellas lleva la sospechosa idea de imponer secretos que, además de cómplices, contaminan. La historia de este y de cualquier país enseña que todo intento de controlar la información y de fusilar la verdad ha sido dañino para todos. Ha erosionado la confianza, le ha jugado sucio a la justicia. Ha soliviantado lo más oscuro del poder y, sobre todo, le ha dado alas a la impunidad, esa efectiva fórmula para eternizar los odios y el dolor de las víctimas.
Jrestrep1@gmail.com
@JaDaRestrepo
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