Un partido de fútbol debería ser un acto simple, sin tanta presión y provocador de placer. Al menos así lo era cuando niños y lo practicábamos —lo gozábamos— en la calle. Pero un partido de fútbol profesional ya es otra cosa. Es un juego que genera mucho dinero y mucha pasión. Es el trabajo de jugadores y técnicos. Es fuente de ingresos para muchísima gente que está directa e indirectamente relacionada con el espectáculo. Es eso y mucho más. Por lo tanto, los espíritus y los nervios se ven alterados. Hay mucha gente viendo. Y mucha gente dependiendo, sentimental y económicamente, de las virtudes de los futbolistas. Ya no es solo el juego, sino lo que está en juego. La tensión aumenta. Y si ese partido es la final que define al campeón, entonces todo lo anterior suele multiplicarse.
No tendría por qué extrañarnos que pueda suceder esta tarde en el Pascual Guerrero durante la final entre América y Junior. La clave en los profesionales está en saber cómo dominar lo más rápidamente posible el escenario y no permitir que la presión inmovilice, atrofie la indispensable espontaneidad para ejecutar con calidad y confianza las acciones de juego.
Futbolísticamente, América, a diferencia de lo que desarrolló en Barranquilla, ocupará a más jugadores en funciones de ataque. Sus 40.000 hinchas se lo pedirán, se lo exigirán. Sus laterales auxiliarán más, Carrascal y Sierra se atreverán a estar más en zonas cercanas a Viera. Vergara, si se pudo recuperar de sus problemas físicas espoleará al equipo con sus veloces y peligrosas excursiones por la izquierda, las que no hizo en Barranquilla. Pero si no sabe activar a tiempo los dispositivos defensivos, la mayor calidad técnica de los jugadores de Junior, su juego asociado, podría incrementar su supremacía y peligrosidad al tener más espacio y menos obstáculos hacia Volpi, su arquero. Si el problema del Junior en Barranquilla fue el exceso de velocidad (vértigo dijo su técnico) que conllevó a las reiteradas imprecisiones, agruparse alrededor de Teófilo con jugadores de más toque (Hernández, Cantillo, Sandoval) no es mala idea. Con la velocidad y atrevimiento de Cetré como complemento, no como en Barranquilla que fue la única vía.
A mi juicio, confrontando a las dos mejores versiones de uno y otro finalista, Junior tiene un juego más virtuoso y de más calidad. Pero sabemos que la única verdad está en la cancha. Ahí el fútbol impone su “compleja simplicidad”, es autónomo, y se ufana de su imprevisibilidad.
Hoy, la Liga profesional colombiana tendrá un nuevo Campeón (América) o uno que lo será por tercera vez consecutiva (Junior).
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