Leo en un diario de la ciudad de Pereira un titular luego del contundente 4-0 sobre Ecuador: Colombia despegó. Quizá es así, o quizá no, nadie sabe, si nos atenemos a la irregularidad funcional que la caracterizó hasta hoy. 

Sus hinchas, y el país fútbolero en general, esperan lo primero. Lo que sí es una incontrovertible verdad, son las tres formidables jugadas pre-gol llenas de estética  (individual y colectiva), osadía y excelencia técnica en ese partido. Una, la mágica y zigzagueante aventura individual de Carrascal para convertir, a mi juicio, el mejor gol del campeonato hasta ahora. Dos, la coreografía entre Benedetti, Herrera y Atuesta por la zona derecha, en un toqueteo interminable hasta dentro del área. Y tres, la sutileza de Carrascal por encima de la defensa para devolver la pared a Cetré que de volea convirtió. 

Después de la derrota ante Argentina, que fue superior casi siempre, y la inexplicable sustitución de Carrascal, Arturo Reyes modificó, con mucha razón, la pareja de defensas centrales. De la impericia técnica y el abuso de la fuerza de Terán y Reyes, pasó a la sobriedad y mejores recursos para defender e iniciar la jugada de Segura y Ditta. Así, defendió mejor para atacar más. Ganó con autoridad. 

Por su parte, Brasil expuso la mejor expresión futbolística del torneo hasta hoy. En el último tiempo, las selecciones menores de Brasil habían modificado su tradicional y admirado estilo. Su prioridad ya no era el juego vistoso y creativo. El pasado miércoles, volví a ver el juego talentoso, armonioso, goleador que hizo de Brasil el abanderado del ‘jogo bonito’. Técnica excelsa para manejar y distribuir el balón. Habilidad e improvisación para desairar a los opositores. Un alto sentido de la asociación para hacer circular la pelota y someter al rival. 

Nombres propios sobresalientes: Bruno y Henrique, los dos volantes dueños de todo el ritmo y el control de juego (me acordé de Adilio y Andrade del fantástico Flamengo de Zico). 

Antony, el desequilibrante zurdo que gambetea por la punta derecha. Paulinho, el desequilibrante derecho que gambetea por la punta izquierda. Y sus laterales, Guga y Caio Henrique, con el espíritu transgresor de los siempre diferentes laterales brasileños. 

Y Pedriño, el 10 de juego lubricado, y el resto que complementan esta exquisita versión que ante Uruguay enalteció las formas más estéticas del fútbol. Y las más efectivas (anotó tres goles), que algunos aún creen que son incompatibles. 

¡Bienvenido el gran fútbol! Enhorabuena para el espectáculo la fantasía de los goles colombianos y el juego cadencioso y virtuoso de Brasil. Ojalá que no haya sido una noche inspirada, y sí su línea de flotación y su bandera.