Feliz cumpleaños, ‘O’Rei ’
Por los siguientes 20 años, el cuerpo y el cerebro de Pelé fueron el hogar de la perfección futbolística.
Ayer, 23 de octubre, cumplió ochenta años el más grande jugador de fútbol, Edson Arantes do Nascimento, Pelé. Nació en Três Corações, Minas Gerais, Brasil.
A los 17 años, cuando los jóvenes de esa edad empiezan a asombrarse del mundo, él asombraba al mundo. Jugando con la Selección de su país en el Mundial de Suecia en 1958, deslumbró con su precoz talento y con su extraordinaria habilidad y personalidad.
En la final ante los anfitriones, en la que Brasil goleó y se coronó por primera vez Campeón Mundial, Pelé le regaló al gran museo de la estética futbolística de los mundiales una de las joyas más hermosas e inolvidables: doble ‘paragüita’ o ‘sombrerito’ en el área a los mastodónticos defensas suecos, uno de ellos con el pecho, y sin dejar que el balón cayera y tocara el césped, lo remató para anotar uno de los dos goles que convirtió ese día en el cinco a dos final. ¡En una final del mundo, con apenas 17 años!
“Para anotar un gol así no bastan dotes de futbolista. Quiero creer que su mayor virtud es, justamente, la inmodestia absoluta. Está por encima de todo y de todos, y acaba intimidando a la pelota misma” escribió el cronista brasileño Nelson Rodríguez.
Desde ese momento, y por los siguientes 20 años, el cuerpo y el cerebro de Pelé fueron el hogar de la perfección futbolística. Fue tan potente como habilidoso. Tan rápido como inteligente (“la clase de Didí y el gusto por la velocidad de Jesse Owens”, según el escritor mexicano Juan Villoro). Tan individual como colectivo. Tan goleador como pasador. Tan derecho como izquierdo. Tan efectivo como espectacular (hasta su salto y golpe al aire con su puño derecho para celebrar los goles eran una encantadora recompensa para el espectáculo). Y, además, en una desmesura de natura para con un solo futbolista, saltaba y cabeceaba asombrosamente y controlaba el balón con el pecho como si en vez de pectorales tuviera un suave colchón.
Y, como si todo eso aún no bastara, anotó más de mil goles, ejecutaba perfectamente los penales y los tiros libres, y ganó tres mundiales. En 1970, en compañía de Tostao, Rivelino, Gerson y Jairsinho, entre otros, levantó y obtuvo definitivamente la Copa Jules Rimet, al ganarla por tercera vez.
Y, hoy, después de tantos años y producto de mi admiración eterna por esa mágica selección y por él, podría describir de memoria los goles que hizo en ese mundial. Por ejemplo, el primero a Checoslovaquia después del control con el pecho y remate con la parte externa del empeine derecho; o el tiro libre a media altura contra Rumania; o el inolvidable salto al cielo y cabeceo perfecto en la final ante Italia. Y también podría hacerlo con los ‘goles’ que no fueron: el cabezazo al piso y de sobre pique que sacó increíblemente Gordon Banks, el arquero inglés; o el ‘ocho’ sin tocar el balón con el que eludió a Mazurkewis, arquero de Uruguay, y luego su remate pasó apenas a milímetros del arco.
Homenajeado, idolatrado y reconocido en los cinco continentes. El fútbol es y ha sido practicado hasta la excelencia por cientos de extraordinarios jugadores, pero ha tenido un único e irrepetible monarca: Pelé. Feliz cumpleaños, ‘O’Rei’.
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