El Heraldo
Opinión

¿Optimismo e incertidumbre?

Cuando empieza un nuevo año, ante esa división artificial que los humanos nos inventamos en la medición del tiempo por el giro de la tierra, quisiéramos ser optimistas en la visión del futuro para nuestro país. Sin embargo, aunque la economía mundial sigue creciendo y no estamos al borde de una gran recesión que todos esperan de un momento a otro, el Dow Jones sigue con altibajos, recogiendo la tremenda incertidumbre que golpea los mercados mundiales. Nadie sabe qué va a pasar con el cierre del Gobierno Federal en Estados Unidos ante la terca insistencia de Trump con su inútil muro. Ahora enfrenta una Cámara de Representantes demócrata, lo cual le dificultará más el camino. Su guerra comercial con China no ha despegado todavía, pero ha lanzado señales adversas a los inversionistas en el mundo, afincados todos en los procesos de globalización que continúan, apoyados en la revolución tecnológica que vivimos. En el plano político, los movimientos de derecha radical amenazan la existencia misma de la democracia, tomándosela desde dentro con votaciones masivas, producto de ciudadanos mal informados y frustrados, que solo ensayan otra cosa a ver qué pasa, metiéndose en senderos institucionales peligrosos de los cuales nadie sabe cómo van a salir cuando muy tarde se den cuenta de sus errores. El fenómeno ya es una realidad en Brasil con la plataforma demagógica “nacionalista” de Bolsonaro, quien ya declara su persecución a toda “ideología de género”, frasecita que oculta su rechazo a las poblaciones de diversidad sexual, a la vez que reafirma sus valores “judíos–cristianos”, combinándolo con una plataforma absolutamente neoliberal. Lo del neoliberalismo no es un cliché, como muchos ilusos creen, es una concepción del Estado y la sociedad que se ha venido implementando desde los años 80. Por ello, a mis lectores les recomiendo el libro Historia mínima del neoliberalismo, de Fernando Escalante, para que distingan con claridad lo que es esa doctrina, imperante en Colombia desde los años 90 con César Gaviria. Fiel a ello, Bolsonaro ya prometió reducir el tamaño del Estado, liberalizar la economía y privatizar las empresas del Estado, entre ellas Petrobras.  La bandera de la corrupción se usa nuevamente para introducir esta agenda. Los grupos financieros brasileños y extranjeros se frotan las manos. 

En Colombia nos encontramos en el mismo atolladero, con bajo crecimiento económico, con excesiva informalidad, sin una fuerte intención de elevar la inversión pública en infraestructura, ahora reducida a la gaseosa “Economía naranja”. Además, el gobierno del joven presidente, a pesar de su llamado a evitar la polarización, no parece entender que mucha oposición a sus políticas se debe a que ellas responden a la implementación del modelo. La reforma tributaria aprobada es una colcha de retazos que le sirvió en bandeja muchos regalos al capital, si bien algunos sectores económicos salieron trasquilados. Menos mal el Congreso evitó el asalto a las pensiones y a la canasta básica con el IVA. La mermelada santista ya ha sido remplazada con una de nuevo tipo y el clientelismo del régimen sigue viento en popa. En lo local seguimos a la espera de que reviente nuestro Odebrecht distrital, con los saqueos a la triple A y otros contratistas locales afectados ya por el Odebrecht nacional. Por ello, toca resistir y ser optimistas. Tiene sentido. 

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