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Nuremberg

El mundo entiende, hoy a 76 años de los juicios de Nuremberg, que no hay crimen que se pueda ocultar para siempre, que el poder no es eterno y que hay que estar siempre atentos porque sigue latente el extremismo y el odio, fuente de todo genocidio.

Un día como mañana, 20 de noviembre de 1945, hace 76 años el mundo triunfador de la Segunda Guerra Mundial sentaba en juicio a los otrora poderosos jerarcas nazis y los acusaba de crímenes contra algo que se llamaba humanidad.

Pertenecen en la memoria colectiva los rostros perturbados de Göring, Von Ribbentrop, la ansiedad y desconcierto (hasta el punto de que existe una leyenda dice que no era sino un doble) de Hess, compañero de pupitre y algarabía cervecera de Adolf Hitler y otros que derrotados asistían ante su vencedor para rendir cuentas de su maldad. 

Estaban hasta su ideólogo antisemita Rossemberg y el arquitecto del Reich, Speer. Más de 600 personas al banquillo.

El escenario no podía ser otro que la arruinada Nuremberg, cuna de las leyes de raza y ciudad de grandes puestas en escena del nazismo, quien hizo de sus calles un "triunfo" permanente a pesar de que en los frentes de guerra la situación era de derrota distendida (a parte de sus victorias producto de su guerra relámpago, casi toda la confrontación los nazi la pasaron  a la defensiva, sobre todo luego de su fracaso en la Unión Soviética y la imposibilidad latente de obtener recursos para sus ejércitos y petróleo para sus máquinas de guerra) y servida de a sorbos para martirio de la Europa dominada.

Se puede decir que los nazis al tiempo de acumular errores en el campo de batalla se dedicaron a su programa, silencioso, pero sistemático e industrializado, de exterminar al pueblo judío de sus territorios ocupados. 

Ese aparataje burocrático en donde no había monstruos sino humanos disciplinados y funcionarios correctos, demostró a los ojos de Hanna Arendt cuan banal podía ser el mal, tan banal como un cargo, un escritorio y una estructura de poder donde toda la humanidad, patrimonio cultural, moral e histórico de una nación, era reducido a cifras frías y vagones de carga para demoler hasta su simiente, su instinto de supervivencia.

La aniquilación del pueblo judío no fue el resultado de bestias perversas sino de simples funcionarios con pluma, papel y correo que respondía a órdenes que descendencia hasta ellos por una jerarquía rígida que acumuló más de seis millones de víctimas, todo ante la mirada de un mundo político exterior que fue oídos sordos al clamor del mundo judío.

Solo fue hasta que las tropas rusas ingresaron por el frente oriental y descubren el horror de la industrialización de la muerte en campos de concentración regados por la Europa ocupada, que el planeta y la propia Alemania lloraron de vergüenza.

Todo había ocurrido ante los ojos de una Alemania que tuvo que recorrer obligada esos campos de concentración y pasearse por entre cadáveres para apenarse de lo que sus apoyos habían hecho.

Ahora sí vieron que no eran menos que palabras esos discursos de odio que acusaron y alimentaron durante años de falsas glorias y búsqueda de "espacio vital".

La tierra de Schopenhauer y Hegel se había entregado en fervor a unas banderas criminales que arrasaron con la Europa civilizada y filósofa. 

Hoy frente a este aniversario se recuerda el debate que magistralmente recrea Carlos S. Nino entre iusnaturalismo y positivismo. Entre el concepto de humanidad y el del orden jurídico vigente. Entre quienes ven en la Ley la expresión de la justicia y en quienes ven en ella solo un mandato creado para ser cumplido.

El debate entre la defensa de los nazis, que se sustentaba en hacer entender que dichos funcionarios no podían hacer otra cosa que darle efectividad a la ley vigente del Estado Nazi, ósea obedecer, y una fiscalía o acusador para el que la justicia como valor era el sustrato esencial del orden jurídico, pues por el hecho de existir la ley si acaso esta es injusta, no puede alegarse su irrestricto deber de cumplimiento para explicar la muerte en masa de un pueblo. Nacen a la vida del derecho el genocidio y los delitos contra la humanidad.

El resultado de ese enfrentamiento entre positivistas (la defensa de los nazis) y los iusnaturalistas (la acusación) sabemos se saldó con la horca para estos criminales de guerra que habían roto todos los límites del horror tras una estructura burocrática.

Podríamos decir que los juicios de Nuremberg tuvieron una segunda parte con el juicio a Eichman en Israel, porque también había que demostrarle al mundo que los judíos ya tenían su tierra del libro y podían juzgar racionalmente a sus verdugos nazis.  Aun hoy casi centenarios se les procesa en Alemania a guardianes y custodios de esos campos de la muerte. 

El mundo entiende, hoy a 76 años de los juicios de Nuremberg, que no hay crimen que se pueda ocultar para siempre, que el poder no es eterno y que hay que estar siempre atentos porque sigue latente el extremismo y el odio, fuente de todo genocidio.

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