A pesar que critique ciertos aspectos en contra del gobierno del presidente Iván Duque, quiero hacer referencia a algunos comentarios sobre nuestro gobernante de la siguiente manera.

No sabe la gente la alegría que da escribir sobre lo mejor que ha hecho este gobierno hasta ahora: el manejo de las relaciones internacionales. En ese tema, Duque se ha convertido en todo un líder en el continente en su empeño por tratar de tumbar la dictadura en Venezuela de Nicolás Maduro.

Desde antes de iniciar su mandato, Duque se dio a la tarea de hacerle la vida imposible al usurpador de Miraflores. Lo primero que hizo fue no enviar embajador a Caracas. Entonces, con razón, tomó distancia del que otrora fue el mejor amigo y socio de vueltas de Juan Manuel Santos.

“No podemos aceptar una representación con un gobierno que consideramos ilegítimo”, dijo Duque.

Cuando el pasado 10 de enero Maduro asumió de nuevo como presidente, Duque empezó a jugar una especie de partida de ajedrez, con pulso de cirujano y frialdad de político avezado pese a sus 42 años. No tengo duda de que fue a Duque al primer mandatario de la región al que Trump llamó para pedirle que había que reconocer a Juan Guaidó como mandatario venezolano.

Desde ese momento, Duque se ha echado el espinoso asunto encima. Ha puesto, sin querer queriendo –porque ante todo es un demócrata–, desorden en el vecindario. Con excepción de ese par de “monumentos a la inteligencia” llamados Evo Morales y López Obrador, casi todos los demás jefes de Estado de América han seguido la misma línea de Trump y Duque: que el legítimo hombre fuerte de Venezuela es Guaidó.

Y el sábado, es decir, hace ocho días, Duque se remangó y se puso al frente de las operaciones para que unas 600 toneladas de ayuda humanitaria pudieran ingresar al vecino país, donde sus habitantes mueren de hambre o por enfermedades, ya que carecen de comida y de elementales medicamentos.

Pero el psicópata de Maduro impidió que casi toda esa ayuda llegara a sus compatriotas y prefirió dar la orden de quemarla. Lo que hizo ese degenerado con esos alimentos y esas medicinas es un delito de lesa humanidad. De eso deben tomar nota organismos internacionales de justicia.

En su afán por hacerse notar y dar a entender que en su país no pasa nada, Maduro ha acudido a los insultos contra Trump y Duque. Les ha dicho de todo. Pero ellos ni se inmutan. Las patadas se reciben de quien vengan, deben pensar los dos.

En síntesis, Duque se ha fajado en el tema de Venezuela. Se ha portado como un titán. De ahí su repunte en las encuestas. Los colombianos –con excepción de Petro y de los cabecillas del partido Farc y sus tres o cuatro simpatizantes– le han dado a Duque pleno respaldo en el manejo de la crisis venezolana.

Qué tal que tuviéramos a Petro de presidente. Sin duda alguna estaría del lado de Maduro. Seguro lo tendríamos sacando la cara por el dictador y su mentor y amigo, Hugo Chávez. A la fija lo estuviéramos viendo atacando a Estados Unidos y vendiendo la idea de que en el mundo no hay cosa mejor que el comunismo y que para defenderlo hay que echar mano de todo, incluso de la fuerza.