Hoy en día la libertad de circulación en el mundo solo existe realmente para el capital. El dinero se mueve a base de un click de un país a otro. Para las mercancías y servicios hay muchas más barreras como aranceles, regulaciones y otras restricciones. Pero lo peor se lo llevan las personas para las que las fronteras siguen siendo, en la mayoría de los casos, muros casi infranqueables. Cada año, millones de seres humanos en todo el planeta arriesgan su vida para superar estos obstáculos y llegar a otro país donde esperan encontrar seguridad o simplemente unas condiciones mínimas de vivir. 

La Unión Europea paradójicamente pretende reforzar sus fronteras exteriores ante la llegada de refugiados de África y Oriente Medio con el fin de conservar la libre circulación de personas dentro del bloque. Es una condición sine qua non para el mercado único. Como ya he comentado en alguna ocasión en esta tribuna, el brexit es la prueba de fuego para este principio de que las fronteras deben ser igualmente abiertas para la gente como para las mercancías dentro de una unión política. Los partidarios de la salida del Reino Unido de la UE, a principio, pretendían recuperar el control de sus fronteras para limitar la llegada de extranjeros, especialmente de Europa del Este, y a la vez seguir disfrutando de las ventajas económicas del mercado único. Ahora, sin embargo, se va imponiendo la solución de un “brexit duro”, es decir que Londres abandone el mercado único y también la unión aduanera.

Pero ha surgido un nuevo problema: la frontera entre la República de Irlanda y los seis condados de Irlanda del Norte que forman parte del Reino Unido. Durante décadas el Ulster fue el escenario sangriento de la lucha entre republicanos católicos y unionistas protestantes, con sus grupos terroristas, paramilitares y el ejército británico. Aunque la situación sigue siendo complicada, ha habido grandes avances en la convivencia de los irlandeses y la frontera hoy es casi invisible. Pero esto cambiaría cuando Irlanda del Norte dejara de formar parte de la UE. En principio, habría que volver a levantar puestos de control, tanto para personas como para mercancías. Ante esta perspectiva, los vecinos a ambos lados de la línea divisoria se han levantado y el Sinn Fein, el antiguo brazo político del IRA, ha advertido ya de que pueda haber “desobediencia civil”. 

Otra opción sería establecer un control más estricto entre los seis condados británicos en la Isla Esmeralda y el resto del Reino Unido. Pero el partido unionista DUP se opone radicalmente a trazar una “frontera en el Mar de Irlanda”. De los diputados de este partido unionista radical depende el frágil gobierno de Theresa May. El asunto irlandés es una piedra importante en el zapato de las negociaciones entre Bruselas y Londres, ya por si bastante enconadas. El Bréxit podría significar un duro revés en el proceso de paz en Irlanda. Levantar nuevas fronteras nunca es una buena idea.

@thiloschafer