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Opinión

Indolencia electoral

Se debate acerca de la actitud del electorado costeño que, una vez más, renunció a ejercer su derecho y su deber en la más reciente jornada democrática en la cual se convocó al pueblo a decidir sobre algunas medidas que pretendían mitigar las causas de la corrupción política que nos carcome desde siempre. 

Algunos comentaristas, sobre todo aquellos que no viven en el Caribe, acusan a todos los ciudadanos de traficantes de votos, de demócratas pervertidos que solo se levantan a votar cuando les compran la pereza. Otros, en su mayoría costeños heridos en su dignidad regional, afirman que la razón de una abstención que ronda el 80% es más bien el producto de una sociedad hastiada de la política –apática pero honorable, que libremente elige no elegir–, como queriendo decir que mientras la cosa no sea un delito está mal pero no tanto.

Ambas facciones tienen razón, y ambas no la tienen. 

Es cierto que en la Costa se compran y se venden votos; es cierto que el tráfico de sufragios y de conciencias es una práctica extendida, normalizada y feliz. Pero no es verdad que los corrompidos que eligen a sus corruptores sean la mayoría.

Es cierto que a la ciudadanía del Caribe la tiene sin cuidado el ejercicio democrático, que no vota, que no participa, que está cansada de los políticos y de la política. Pero es falso que esa conducta sea tolerable.

Cuando una sociedad se da el lujo de entregarle su vida a unos pocos sin chistar, sin asumir ninguna responsabilidad, incurre en el terrible error de la subordinación de la que, tarde o temprano, termina quejándose. Y eso, precisamente, es lo que pasa en un país abstencionista como Colombia: la gente no vota o vota mal, y luego le echa toda la culpa de sus desgracias a los políticos que otros sí eligieron.

Esa es la razón por la cual no es sensato defender la dignidad de la Región afirmando que los políticos son los culpables, que es necesario que ellos sean quienes se transformen para que así el pueblo acuda masivamente a las urnas. Es exactamente al revés: solo si las personas se hacen cargo de su responsabilidad política podrán darle el poder a líderes de los cuales no tengan queja alguna, a los honestos, a los eficientes, a los veraces.

En este debate imperan dos de los vicios más antipáticos de Colombia: hacernos las víctimas cuando alguien nos señala lo mal que actuamos, y echarle la culpa a los demás. 

Vender el voto –lo que hace una pequeña parte de la población en edad de sufragar– es igual de grave que no votar –lo que hace la gran mayoría de los ciudadanos del Caribe–. Ninguna de esas dos conductas tiene justificación, y si ambas persisten también lo hará el rezago, el sometimiento y la vulnerabilidad de una sociedad que renuncia sistemáticamente a hacerse cargo de sí misma. 

@desdeelfrio

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