Las presiones psicológicas están, sin ninguna duda, por encima de las habilidades futbolísticas. O si no indaguen con exactitud qué fue lo que el arquero Viera le dijo al delantero sincelejano Ray Vanegas. Fueron suficientes un par de palabras para desestabilizarlo y hacer lo que sabemos que hizo: errar el penalti con el cual Junior se coronó campeón sobre el Deportivo Pasto.
Y el fútbol es, también sin duda alguna, el deporte de las multitudes. La prueba la tenemos aquí con el apretado y sufrido triunfo tiburón. Oleadas de hinchas salieron a las calles a festejar hasta el amanecer en día de semana, desde La Guajira hasta Córdoba, incluyendo San Andrés y Providencia.
Siempre la “querida de Barranquilla” ha despertado esa incontrolable pasión. El picante remoquete fue el bautizo que le dio el irreverente Álvaro Cepeda Samudio, cuando bajo la razón social de Atlético Junior, el equipo volvió a salir a la gramilla del Romelio Martínez en 1966 con el empuje de varios ejecutivos barranquilleros, entre ellos Arturo Fernández y Alberto Mario Pumarejo. Era la época de los brasileros en el equipo, que llegaba a quinto lugar en la tabla, pero el estadio siempre estaba a reventar.
Ahora, en estos tiempos, la pasión ha aumentado y la nómina también. El marketing forma parte del todo y los jugadores cambian de camiseta con una rapidez inimaginable. Antes, un crack difícilmente era vendido y amaba a su escuadra por encima de todas las cosas. Un ejemplo vivo en Junior fue Othón Alberto Da Cunha. En Brasil la mejor muestra es Pelé en el Santos.
Y sobre el rival de Junior, el Pasto, que es un equipo chico y aguerrido, de haber resultado campeón lo tendría bien merecido por su garra y su mística. Habría sido un ganador de ciudad pequeña, lo cual refrendaría el argumento de que en Colombia tenemos un campeonato más democrático, si lo comparamos con España u otros países, en los cuales impera una hegemonía casi monárquica. Allá casi está escrito sobre mármol el nombre de quiénes son o van a ser los campeones.
Volviendo a Ray Vanegas y Viera, en el momento cumbre del encuentro, con el cobro del último penalti, la escena fue de película. Un par de palabras provocadoras del experimentado guardameta colombo-uruguayo y el joven jugador sucreño-pastuso cayó en la trampa.
La mayoría de los televidentes solo alcanzamos a ver el movimiento de un dedo de Vanegas llevado a la boca en señal de silencio, o de mandar a callar con desdén. En segundos ese aire de prepotencia se vino abajo. Una dura e inolvidable lección para el hábil delantero que 15 minutos antes nos había castigado, ahí sí, callándonos, con un gol producto de una ingenua jugada entre un defensa y el portero juniorista.
El partido de anteanoche terminó siendo una lección de vida. No hay que sentarse a las petacas. Hay que luchar hasta el final. No se puede dar “papaya” en situaciones de riesgo. Al contrario no se le subestima. No se debe humillar, ni ridiculizar al rival. Para aprender: un partido se torna en todo un compendio de vida.
mendietahumberto@gmail.com
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