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Pelotas y letras | Unión Magdalena, un torbellino de 13 años

Tengo sentimientos encontrados. Estoy viendo la fiesta del Unión Magdalena y el Cúcuta Deportivo que acaban de ascender a primera después de estar en la segunda división. Unión ha terminado un calvario de 13 años y el llanto de la emoción por el logro futbolístico es incrementado por la ausencia de aquellos que lo vieron descender y también lloraron sin que tuvieran la oportunidad de volverlo a ver ascendido. Me hubiera gustado ver a Mabel bailar en la tribuna al son de la tambora, pero ya no está. Su cuerpo reposa a miles de kilómetros de ahí. O a la vieja Sara arrodillarse y darle gracias a Dios como cada vez que el Unión ganaba. Pero la vieja Sara se nos perdió en los vericuetos de su propia memoria. Me hubiera gustado volver a transmitir un clásico Junior-Unión con mi compadre Edgar Perea. Esos sí que eran verdaderos clásicos. No solamente por el partido en sí sino por el viaje con parada en Ciénaga, ida y vuelta, donde Monguito. Pero mi compadre se nos adelantó. O con Fabio Poveda y los almuerzos y cenas y todas las delicias que salían de las manos de Salvadora, una señora maravillosa que conoció a Fabio desde que vio la primera luz de vida en Sevilla, zona bananera. Pero Fabio se fue mucha antes como para no vivir semejante pena. O ver llegar, desde El Banco, al médico Oswaldo Torres con toda su gallada de amigos perniciosos. O llegar a la casa de mi hermano Álvaro Beltrán, que sigue siendo mi casa, con su familia que es mi familia, e instalarnos desde el viernes a hacer lo que siempre hicimos: parrandear. Y terminar la larga jornada de amistad inquebrantable en el Estadio Eduardo Santos viendo Junior-Unión. Pero Álvaro tampoco está. Sus cenizas, llevadas por mí y nuestras familias, viven en el amplio mar frente a las playas donde tantas veces vimos el amanecer. Tampoco está el Eduardo Santos. La cuna de esos maravillosos partidos. Y tampoco los vendedores de comida en ollas que contenían todas las delicias de este mundo. Hoy, mientras Santa Marta baila la danza del triunfo, el Eduardo duerme el sueño de los recuerdos.

Miren que no sólo extrañamos el fútbol. Que no sólo fueron 13 años de ausencia futbolística la del Unión y de su peregrinaje cual judío errante por varias ciudades y estadios. Que son 13 años en que la vida, vestida de torbellino, se llevó a personas y a cosas entrañables.

De verdad, por sólo un instante desearía estar en el Eduardo Santos, viendo Junior-Unión, al son de la tambora, riendo por las mamaderas de gallo de la gente incluyendo al Padre Linero con su barba de miércoles de ceniza, tomando una Águila bien fría, escuchando a Perea narrar, a Fabio comentar, a Evaristo comercializar, sintiendo la brisa y dándole gracias a la vida de frente a esa Sierra Nevada que guarda tantos secretos. Y viendo a Álvaro payasear con la corbata de marimonda que se ponía por encima de la camiseta del Junior para sacarle la piedra a los samarios.

Dios, si pudiéramos pedirle al tiempo que vuelva…

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