En los años 40, cuando el barrio El Prado aún no estaba muy poblado, había allí varias hortalizas de propiedad de ciudadanos chinos, quienes además manejaban las tiendas de barrio, antes de que la laboriosa colonia santandereana entrara a operarlas. En las hortalizas se abastecían las señoras de las verduras para el consumo del hogar, y en las tiendas, de los abarrotes. Era así, la colonia china la que junto con el mercado público, proveía la mayor parte del sector alimentario. Curiosamente, los chinos casi no cultivaban frutas; solamente verduras. La hortaliza más grande de El Prado estaba en una esquina frente a la
Escuela de Bellas Artes y abarcaba varias manzanas. Era un pulmón para la ciudad. El frescor que daban los cultivos, se propagaba por toda la zona El agua para regar, la tomaban de albercas en las cuáles entraba el jardinero con dos grandes regaderas de latón que llevaba colgadas de un palo en sus hombros. Donde es hoy el barrio Riomar había otra hortaliza y en la esquina de la calle 72 con carrera 54 estaba la del Hotel del Prado: una siembra de frutales y flores para la venta al público. El jardinero era un ciudadano danés delgado y enjuto, de piel rojiza, experto en injertos, quien lograba las más raras especies de rosas. Había otra hortaliza en cercanías del tanque de las Delicias y de Santa Bernardita. Y frente al parque Santander (Cra. 54), en el garaje de la casa de don Alberto Roncallo, vendían naranjas, toronjas y otras frutas traídas de la finca El Paraíso, de su propiedad. Recuerdo las naranjas en enormes cajones y a Conchita, la encargada de ventas. Era agradable visitar estos sitios, aunque no fuera para comprar, solo para disfrutar del relajante entorno y del aire puro.
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