Othón Alberto Dacunha es el mejor puntero derecho en la historia del Junior. Su fútbol grácil y atrevido le dieron un sitial de honor en el corazón de los hinchas. Lo vi gambetear sin tocar el balón, solo con la cintura, insinuando ir hacía una dirección y tomar otra. El imaginario futbolero dice que los punteros son jugadores individualistas, aislados y algo locos. Pues, Dacunha contradijo todo eso. Fue el más altruista, colectivo y cuerdo compañero de los delanteros; jugaba e inventaba cada engaño para entregarles el balón precisa y generosamente, y dejarlos frente al arco de cara al gol.
Otho (sin la N, así lo llamamos) entendió desde siempre que el mejor valor de un jugador es jugar para el equipo. Él lo hacía desde su valentía para ir a buscar a los marcadores, para confrontarlos y llevarles un tremendo problema: cómo descifrar las intenciones de su hamaqueo interminable, de sus amenaces hacia un lado y hacía otro.
El paso de los años y su inteligencia de juego hicieron que el escurridizo puntero mutara a un sesudo y pasador medio campista.
Cuando las leyes implacables del tiempo le mostraron que su experiencia, conocimientos y pasión por el fútbol y el Junior tenían que ser puestas en escena fuera del campo, se convirtió en entrenador. Vivió entonces para enseñar con toda la intensidad y la entrega de los maestros. Su sencillez fue su primera lección. Su respeto en el trato fue su pasaporte a la confianza de sus alumnos. Sus conocimientos y métodos abonaron el terreno de la credibilidad.
Su VIDA, así en mayúsculas, se la entregó a Junior. Su vida fue Junior. Si alguien en la historia del club barranquillero merece un homenaje eterno, una exaltación física en algún lugar visible de la casa Junior, ese es Othón Alberto Dacunha. Sería el verdadero símbolo del amor por una camiseta, de la fidelidad por una institución. Cuando se quiera explicar a los nuevos jugadores qué es orgullo de pertenencia, habría que llevarlos a ver ese emblema y contarles su bellísima y comprometida historia con el equipo.
La vida le ha puesto el marcador más infame y despiadado al frente: la pérdida de la memoria. ¿Quién sabe por qué le pasan estas cosas a un ser humano tan noble que nos enseñó de fútbol y de la vida? Me resisto a creer que en algún recodo de su cerebro no estén, todavía, las claves para gambetear con la cintura a un defensa y los anagramas de cómo se puede ser feliz sirviendo a los demás. Ese es su legado. Y transmitirlo debería ser nuestro compromiso con él. Aquellos que tuvimos el privilegio de ser sus jugadores y el honor de ser sus discípulos.
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